El drama del príncipe Harry – Acto II

viernes, 10 de febrero de 2023

La princesa Diana en su visita a Halifax, Nueva Escocia, en Junio de 1983 / Russ Quinlan (flickr)



Este artículo es continuación de la reseña que publicamos la semana pasada. Puedes leerlo aquí.


En la sombra, del Principe Harry

Plaza & Janés Editores, 22,90€, 560 págs.


Es el «miedo» lo que pone a la familia de Harry en una relación de subordinación respecto de los «pap», los paparazzi y los tabloides británicos, que son sus principales clientes. Harry, sin embargo, afronta el peligro, como cuando fue hacia el leopardo en Botsuana. El leopardo es peligro, el leopardo también es Diana. Cuanto más se acerca a ella, más seguro se siente. Cuanto más se acerca a ella, más cerca está de la muerte. Guillermo sí puede reprimir la pérdida de su madre, porque hereda la tarea de ser el sucesor, y se dedica a disparar perdices. Harry está triste, va a la deriva, y no puede esconderse. Cuando mata su primer ciervo, el ayudante abre las tripas del animal aún moribundo y mete dentro de ellas la cabeza de Harry.

Sandy se arrodilló a su lado, sacó su reluciente cuchillo, se lo clavó en el cuello y le abrió el vientre en canal. Me hizo una señal para que me arrodillara también, y lo hice.

Pensaba que íbamos a ponernos a rezar

-¡Más cerca!- me espetó Sandy.

Me acerqué, lo suficiente para notar el olor del sobaco de Sandy. Él me colocó una mano detrás del cuello, y entonces pensé que iba a abrazarme, a felicitarme. «Buen chico». Pero en vez de eso me metió la cabeza en el cuerpo de la res muerta.

El Zorro Rojo lo pasa mal. Le pide a un encargado de seguridad del palacio que le dé acceso a los archivos policiales que contienen las fotografías de los últimos momentos de Diana en el túnel de París.

La envolvían unas luces, como auras, casi halos luminosos. Qué raro. El color de las luces era el mismo que el de su pelo: dorado. No supe de dónde salían esas luces, no podía imaginarlo, aunque se me ocurrieron toda clase de explicaciones sobrenaturales

Cuando me di cuenta de su verdadero origen, se me hizo un nudo en el estómago.

Flashes. Eran flashes. Y en el interior de esas luces había rostros fantasmales y otros que se veían a medias; eran los paparazzi y sus reflejos y refracciones en todas las superficies metálicas lisas y en los parabrisas. Esos hombres que la habían perseguido… no dejaron de fotografiarla mientras ella yacía tirada entre los asientos, inconsciente o semiinconsciente; en su frenesí, de vez en cuando, se fotografiaban los unos a los otros. Ninguno de esos paparazzi estaba ocupándose de ver cómo estaba mi madre, ni le ofrecían ayuda, ni siquiera la consolaban. Solo disparaban, disparaban y disparaban.

Yo no lo sabía. No lo habría imaginado ni en sueños. Me habían contado que los paparazzi perseguían a mi madre, que intentaban darle caza como una jauría de perros salvajes, pero jamás se me habría ocurrido que, al igual que una jauría hambrienta, también se habían dado un banquete con su cuerpo indefenso. Antes de ver las fotos, no habría imaginado que lo último que vio mi madre en esta tierra fue el flash de una cámara.

La «nube roja» de Harry se ha convertido en un «torrente». Harry culpa a los «paps» y a los periódicos aún más de lo que culpa a su padre. Harry siente amor por la imagen de su madre pero, como él mismo admite, le cuesta recordarla. Le resulta «indescriptible». Harry prefiere ignorar los rasgos que sí puede recordar, pero que podrían dañar esa imagen ideal que tiene de ella.

«Recordé los momentos en que nos íbamos a dormir en el palacio de Kensington, darle las buenas noches a los pies de la escalera, besarle el cuello terso, inhalar su perfume, tumbarnos en la cama, en la oscuridad, sentirme muy lejos, muy solo y desear oír su voz solo una vez más.»

Después de divorciarse de Carlos y salir de la capa protectora de la familia real, Diana se enamoró de un mujeriego egipcio, Dodi al-Fayed. Fue un chofer de Fayed quien estrelló su coche en París, al dirigirse a toda velocidad hacia un túnel, tan rápido que el Mercedes voló, chocó contra la pared del túnel y rebotó contra un pilar de hormigón. Tres de los cuatro pasajeros murieron. El superviviente fue el guardaespaldas que, sabiéndose un simple mortal, se había puesto el cinturón de seguridad.

Harry no puede nombrar a al-Fayed; se refiere a él como el «amigo de mamá». No menciona que Diana dejó a Guillermo y a Harry en Escocia con los abuelos para poder continuar su romance de verano con Dodi. Tampoco menciona al anterior amante de su madre, el Dr. Hasnat Khan, a quien Diana introdujo en secreto en el apartamento del Palacio de Kensington que compartía con William y Harry. Al igual que Edipo, Harry no puede ver la verdadera naturaleza de su madre. Diana también manipuló a la prensa. Antes de que a ella la separaran de Harry, Diana le había dejado a él.

La princesa Diana fue perseguida por los chacales, pero la Diana por la que recibió su nombre, la diosa griega, era cazadora. Diana buscó la fama para vengarse por la infidelidad de Carlos, haciendo confesiones entre lágrimas frente a las cámaras y dirigiendo la manada de paparazis contra él y su familia. Carlos respondió con sus propias confesiones escenificadas. Ahora Harry toma a su vez represalias con las suyas. Los Windsor sobrevivieron a los coqueteos de Eduardo VIII con Wallis Simpson y Hitler. Sobrevivieron a las luchas de Carlos y Diana por ganarse la simpatía del público. Y también sobrevivirán a los ataques de Harry. Pero ¿los sobrevivirá el propio Harry?

Harry piensa que su padre y su hermano son unos cobardes por no tratar de desmentir las falsedades de los tabloides. No logra comprender que las ficciones públicas, las noticias de los tabloides y los rituales de la realeza son precisamente lo que ayuda a los Windsor a mantener al público alejado de su verdadero yo privado. «En la sombra» es un libro cruel, una venganza en caliente, con un punto de recreo e hipocresía. Para Harry, mientras que las drogas y los espíritus animales son quienes conectan a Harry con la Diana real, los cotilleos y las conversaciones privadas exponen la falsa realidad de la monarquía. Las revelaciones de Harry van dirigidas a dejar a su padre y a su hermano acobardados y desnudos, como el Rey Lear en el páramo.

En la boda de Guillermo y Catalina en 2011, Harry tiene una epifanía junguiana:

«Entonces se me pasó por la cabeza que la identidad es una jerarquía. Nuestra esencia es una, y luego pasa a ser otra, y luego otra, y así sucesivamente hasta la muerte…, una detrás de otra. Cada identidad nueva asume el trono del yo, pero te aleja un poco de tu verdadero ser, el que quizá sea tu esencia, el niño que fuiste.»

La vida es un juego de máscaras, de ficciones reflejadas en el destello del deseo. La persona de Harry está rota por alguna experiencia traumática. No puede recordar a Diana, por lo que no puede sostener una sola identidad. «Harry» es «Spike» para sus amigos, «Harold» para su hermano, a veces «Haz» o «Baz» para sus novias, «mi querido hijo» para su padre, «Flacucho» para los guardaespaldas reales, y el «Príncipe Aprendiz» para sí mismo. Con «media docena de nombres formales y una docena de apodos, estaba convirtiéndose en un laberinto de espejos», dice. «¿El yo? Estaba más que dispuesto a desprenderme de ese peso muerto. ¿La identidad? Quedáosla toda.»

Sin saber quién es, Harry se pregunta si su barba es «freudiana: la barba como una capa de protección» o «junguiana: la barba como máscara». La ingeniosa perversidad del hecho de que el libro lo haya escrito realmente Moehringer es que le permite a Harry presentarse de manera junguiana, pero sembrando el relato de elementos freudianos. Harry nos dice que Meghan, al reconectarlo con Diana, le ha permitido quitarse la máscara y ser él mismo. Pero Moehringer nos muestra una realidad psicológica de reflejos fugaces, un conflicto freudiano donde confluyen la muerte y el deseo: el príncipe Harry como un príncipe Hamlet.

Y por eso, lo primero que tiene que hacer es deshacerse de su padre. Un día, cuando estaba en el ejército, Harry está actuando de controlador sobre el terreno en unas maniobras de entrenamiento que se llevan a cabo cerca de la casa de campo de Carlos en el condado de Gloucester. Carlos va a ver a Harry, que está dando órdenes a un avión de combate Typhoon que lanza bombas de verdad. Cuando Carlos se está yendo de nuevo a su casa, Harry asigna un objetivo al caza:

El Typhoon siguió a mi padre, pasó por encima de él en vuelo rasante, a punto de hacer añicos las ventanillas del Audi.

Pero le perdoné la vida en el último momento. A mi orden.

El caza prosiguió para reducir a cenizas un establo plateado.

«Lo importante es la representación, que sea el lazo en que se enrede la conciencia del rey», dice Hamlet. En los viejos tiempos, «permitir la muerte del rey» conllevaba la pena de muerte. Harry va más allá de permitirlo. Al igual que Hamlet, pone en marcha su venganza, pero vacila al final.

Guillermo tiene prioridad en la sucesión, pero el débil «Willy» no puede valerse por sí mismo. Cuando se casa, se entrega al protocolo. Willy se casa con un uniforme que no le gusta y con una mujer que, insinúa Harry, tal vez no ame. Willy también tiene que afeitarse la barba. Las barbas están prohibidas en el Ejército y son «una clara violación del protocolo y de la tradición» en la familia. «Willy estaba mustio porque prácticamente no había tenido ni voz ni voto en la elección de la vestimenta para el día de su boda; lo habían atado de pies y manos a pesar de ser una ocasión tan especial», nos dice Harry.

Harry, actuando como el padrino de Guillermo, se queda con la barba que se ha dejado crecer en una expedición al Polo Sur. La expedición también le dejó con el pene adormecido, congelado. La boda de Guillermo se celebra en la Abadía de Westminster, donde se llevó a cabo también el adormecimiento emocional, el funeral de Diana.

«Entre aquellos pensamientos sobre mi madre y la muerte y mi pene maltrecho», recuerda Harry, «me dio miedo la posibilidad de ponerme tan nervioso como el novio». No es de extrañar. Harry está perdiendo a Guillermo en el lugar donde perdió a su madre, y teme perder también su hombría. Como el propio Harry, el pene principesco oscila «entre la sensibilidad extrema y la antesala del trauma». Un amigo le sugiere que lo masajee con crema de cara de Elizabeth Arden.

«Mi madre se ponía esa crema en la cara», dice Harry. «¿Me estás diciendo que me la ponga en la verga?»

«Me hice con un tubo», escribe, «y nada más abrirlo me teletransporté en el tiempo. Fue como si mi madre estuviera ahí mismo conmigo.»

Este es el bálsamo curativo que necesita. Este momento, que es el primer encuentro de Harry con Diana desde que los leopardos dejaron de hablarle, ocurre cuando se frota el pene entumecido. Diana, la imagen de la muerte, devuelve la vida a Harry. Anteriormente, Harry nos dice que él y Guillermo fueron circuncidados cuando eran niños, en contra de la voluntad de Diana. Su padre quería que le dieran un «tijeretazo», como a todos los varones de Windsor. Ahora, mientras Guillermo el castrado de Diana se casa con la fría Catalina, la masculinidad de Harry renace. Está listo para conocer su premio, la chica atractiva que vio en Instagram cuando estaba drogado y tomando comida para llevar.

Después de que Meghan le manda a hacer terapia para controlar su ira, Harry se da cuenta de que la familia real es un «secta [de] devotos de la muerte». Sin embargo, también recuerda que fue su madre la primera que generó una visión de la muerte que sufriría más tarde. De niños, Guillermo y Harry van en el asiento trasero mientras Diana está al volante, huyendo de los paparazis. El joven Zorro Rojo tiene un anticipo de la última carrera del leopardo. «¿Van a matarnos, mamá? ¿Vamos a morir?», pregunta.

Esta no es la única vez que Diana prepara a Harry para la edad adulta preparándolo para la muerte:

«Mi madre fue quien nos llevó a Willy y a mí a nuestra primera práctica militar: una Killing House o instalación de entrenamiento para el combate en entornos urbanos, en el condado de Hereford. Nos metieron a los tres en una habitación y nos indicaron que no nos moviéramos. A continuación, la habitación quedó a oscuras. Un pelotón derribó la puerta de una patada. Luego tiraron unas bombas lumínicas de aturdimiento y nosotros nos morimos de miedo, que era su objetivo. Querían enseñarnos a reaccionar “por si” alguna vez nuestras vidas corrían peligro.»

Cuando Harry lleva el «perfume favorito» de su madre a una sesión con el psicólogo, basta con una inhalación para abrir la mente de Harry como «una pastilla de LSD». Su olor es el rastro que refleja, a través de su mente, un recuerdo sensorial de muerte y deseo. Por pura casualidad, Meghan usa la misma marca de perfume en su primera cita. Ella es su destino, su futuro. «[Mi barba] le encantaba. Le gustaba tirar de ella para darme un beso». Harry sí lleva barba el día de su boda. Y por eso Guillermo «estaba resentido».

El tercer y último acto del «Drama del prícipe Harry», la reseña de su libro «En la sombra» hecha por Dominic Green, se publicará la próxima semana.

ESCRITO POR:

Dominic Green es colaborador del Wall Street Journal y miembro del Foreign Policy Research Institute y de la Royal Historic Society. Su último libro es «The Religious Revolution: The Birth of Modern Spirituality, 1848-1898»