¿Desaparecerá Bitcoin?

jueves, 10 de noviembre de 2022

Bitcoin / cafecredit.com



El martes supimos que FTX, uno de los mercados (y «hedge fund») de criptomonedas más importantes del mundo y que fue valorado en 32 mil millones de dólares en una ampliación de capital en enero de este año, se enfrentaba a problemas de liquidez y solvencia. A cierre de edición no está claro qué pasará con FTX, pero algunos de sus inversores ya han anunciado que valoran su participación en la empresa en cero euros. Estos eventos han sumido al mercado de Bitcoin y otras criptomonedas en una nueva crisis, con los precios bajando y los comentarios habituales sobre la poca fiabilidad de este tipo de dinero. Y, sin embargo, sigo convencido de que Bitcoin se impondrá como divisa de uso generalmente aceptado, pese a estas crisis, y pese a las reticencias de gobiernos y bancos centrales.

Y lo creo, en primer lugar, porque Bitcoin tiene dos características que lo hacen superior a las monedas tradicionales de los Estados: por un lado, es incensurable, es decir, sus transacciones no pueden ser bloqueadas por ningún actor externo; y por otro, tiene una tasa de inflación muy baja, que además es predecible y decreciente en el tiempo. Frente a Bitcoin tenemos al dinero «fiat» creado por los Bancos Centrales, que está condenado a la inflación por el efecto ventajoso que la inflación tiene para los gobiernos, a saber: la inflación aumenta los precios de los activos y, con ello, la sensación de riqueza y la satisfacción de la población; la inflación facilita también el pago de la cada vez mayor deuda pública de los Estados; y, finalmente, la inflación aumenta la recaudación y la posibilidad de gasto de los gobiernos. Es decir, que los políticos, que son quienes controlan indirectamente a los Bancos Centrales, tienen incentivos para mantener una inflación lo más alta posible sin llegar a hacer que el público pierda la fe en la moneda (recordemos que la hiperinflación es la principal causa de desaparición de las monedas que han existido en la Historia). Así tenemos, por ejemplo, el dólar estadounidense, probablemente la mejor moneda de la Historia, que ha perdido gradualmente un 96% de su poder adquisitivo desde que se fundó la Reserva Federal en 1913.

El control de la moneda y su inflación es una gran ventaja y por eso cada Estado se esfuerza en imponer su propia moneda como medio de intercambio y de reserva de valor, y en debilitar a la competencia. Desde este punto de vista, era lógico pensar que los Estados intentarían destruir Bitcoin. Pero Bitcoin –y esta es la segunda de las razones por las que creo que los Estados acabarán aceptando su existencia– es indestructible. La naturaleza descentralizada de Bitcoin implica que allí donde hay dos personas con ordenadores conectados a Internet y dispuestas a hacer una transacción en Bitcoin, puedan hacerla. Ahora mismo, la red de Bitcoin tiene el apoyo de decenas de miles de ordenadores («nodos» y «mineros») distribuidos por todo el mundo y que se lucran participando en dicha red. Varios Estados (entre ellos algunos tan amantes de la libertad como China o Rusia) han prohibido el Bitcoin en los últimos años, perjudicando de manera temporal a la «marca Bitcoin» y dañado industrias adyacentes al Bitcoin (como la de la «minería» de Bitcoin o la venta de tarjetas gráficas), pero no han conseguido detener el uso de Bitcoin en su territorio ni el crecimiento de la red de «nodos» y «mineros» a nivel global.

Un intento serio de eliminar el Bitcoin requeriría un esfuerzo coordinado de los gobiernos más importantes del mundo, lo que es cada vez más difícil por la gran base de usuarios y el apoyo popular que tiene Bitcoin. Además, los criptoactivos ya tienen cierto historial regulatorio (regulación MICA en la Unión Europea, Payment Services Act en Japón, leyes de los estados de Florida y Texas en Estados Unidos, por poner algunos ejemplos), el apoyo de políticos influyentes, y en varios países ya se han aprobado instrumentos financieros institucionales para invertir en Bitcoin (ETFs de Bitcoin aprobados en Canadá, y ETPs cotizando en Suiza y Alemania). Hoy en día, en las jurisdicciones de los países occidentales principalmente se discute cómo prevenir su uso para actividades delictivas –que es una de las principales críticas al Bitcoin, junto con su elevado consumo de energía. Algunos reguladores (por ejemplo, ESMA, la autoridad de mercados y valores de la Unión Europea) han atacado Bitcoin indirectamente apoyando el protocolo de «proof-of-stake» que utilizan otras criptomonedas (por ejemplo, Ethereum) frente al de «proof-of-work» (utilizado por Bitcoin). El pretexto del ataque es que el sistema «proof-of-stake» tiene un consumo de energía mucho menor (y es cierto), pero se esconde que dicho sistema incentiva una centralización del poder y del gobierno de la criptomoneda –que por tanto la hace más susceptible de ser controlada (y censurada) llegado el caso.

La tercera y última razón es que, en el contexto de una guerra de divisas inflacionarias y una situación geopolítica compleja, algunos Estados podrían replantearse la posición del dólar como moneda de reserva global, y adoptar el Bitcoin como una divisa o reserva de valor aceptable en intercambios internacionales.

El dólar estadounidense se estableció durante el siglo XX como moneda de reserva mundial gracias a ser la moneda oficial de la mayor economía del mundo, con el mayor ejército del mundo, y con una tasa de inflación controlada. Y Estados Unidos ha sabido fortalecer la posición del dólar como reserva global, utilizando su maquinaria diplomática y mecanismos de cooperación internacional para imponerlo en sus zonas de influencia.

Con la consolidación del uso del dinero digital, las monedas estatales se han convertido en un arma más poderosa que nunca para los Estados emisores, y más peligrosa para los terceros Estados que las adoptan. Basta con ver el resultado que ha tenido para Rusia, en el contexto de las sanciones por la invasión de Ucrania, el hecho de que Europa y Estados Unidos controlen el sistema mayoritario de conexión interbancaria (SWIFT) y le hayan expulsado del mismo. Rusia ha comprobado también la poca utilidad de tener, como parte de sus reservas, oro depositado en países cuyos gobiernos pueden de la noche a la mañana aplicar sanciones que impidan el acceso a esas reservas. A pesar de no poder controlar el Bitcoin, muchos Estados preferirán adoptarlo como un mal menor frente a unas divisas o reservas que puedan ser utilizadas como arma en su contra.

Si a esto añadimos que la calidad del dólar como dinero está empeorando, aún hay más razones para abandonarlo como moneda única de reserva global: las cifras de inflación se han disparado también en Estados Unidos perjudicando a los usuarios de dólares en todo el mundo, y el volumen de su deuda frente al PIB está en niveles históricos (119%). Es muy difícil que los Estados se pongan de acuerdo sobre un activo o divisa de reserva global concreto, particularmente si ésta es emitida por otro Estado. Es de esperar que los Estados consideren una cesta de activos, dentro de los cuales tendría sentido incluir una moneda que no sea manipulable por ningún Estado, y que, a diferencia del oro, se pueda transportar de manera digital y fraccionar indefinidamente sin coste. Y eso es, precisamente, el Bitcoin.

La aceptación de Bitcoin por parte de los Estados no llegará tanto porque esa sea su predisposición inicial, sino porque lo acepten como un mal menor frente a utilizar como divisa la moneda de otro Estado.

Por eso, si el Gobernador del Banco de España me invitara a comer trataría de convencerle para adoptar el Bitcoin cuanto antes y así hacernos con una reserva de Bitcoin a precio menor, regularlo para que se establezca en España una industria innovadora, y fomentar el establecimiento de la «minería» de Bitcoin en el país para tener así un cierto grado de monitorización de la industria –y sacar rendimiento a energías sobrantes de las fuentes renovables. Igual el Gobernador lo sabe y por eso no me invita.

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