«Yo también toreo»

martes, 1 de noviembre de 2022

Francisco de Manuel en la Plaza de las Ventas el pasado 12 de octubre / © Andrew Moore



El 12 de Octubre, fiesta de La Virgen del Pilar y Día de la Hispanidad, se celebró en Madrid una de las corridas más importantes del año. Toros de Victoriano del Río para Alejandro Talavante, Andrés Roca Rey y Francisco de Manuel, que confirmaba alternativa.

Unos días antes, Tiempo de Juego de la Cope anunciaba que Kylian Mbappé viajaría a Madrid para asistir junto a Sergio Ramos a la «Corrida de la Hispanidad» para ver torear a los diestros «Talavante y Roca Rey». Así, sin mención alguna al joven torero al que todavía pocos conocían.

La respuesta de Francisco de Manuel a ese anuncio de Cope no se hizo esperar: «Mbappé, aunque no te lo hayan dicho, yo también toreo».

Hay pocas figuras más antagónicas que las de Francisco de Manuel y Kylian Mbappé. El jugador francés es rápido con y sin balón, incluso explosivo, y siempre con peligro en el campo. El torero madrileño, por el contrario, juega con la lentitud, meciendo la muleta para frenar -templar- la embestida del toro. De Manuel juega en otra liga, en esa en la que se baila con una fiera a ritmo de danza, burlando a la muerte para crear momentos de plasticidad y belleza incomprensibles.

Tampoco sus triunfos han sido siquiera parecidos. El francés los ha logrado a base de esfuerzo, de un gran rendimiento físico y de un instinto goleador al alcance de pocos; un don que le ha convertido en figura y le ha hecho ganar mucho dinero -algunos medios hablan de cifras que superan los 90 millones de euros anuales-. El torero madrileño, en cambio, ha cosechado los suyos por amor a su arte, de gira por eso que ahora llaman «la España vaciada», arrimándose a los toros de tal forma que parece dejarse afeitar por ellos.

Aun sabiendo que destripo el final de este interesante duelo, debo decir que sólo uno ha alcanzado la gloria. Porque entenderán ustedes que gloria, la verdadera, solo hay una: la del torero.

Francisco de Manuel debutó con picadores un abrasador 27 de agosto del año 2017. Yo no vi aquel cartel, pero quiero imaginármelo con el arrojo y la emoción de tiempos pasados:

«¡GRANDIOSA NOVILLADA!

En la tarde del 27 de agosto del año 2017, CON PERMISO DE LA AUTORIDAD (Y SI EL TIEMPO NO LO IMPIDE), una gran corrida de 6 hermosos y escogidos novillos, pertenecientes a la muy acreditada ganadería de El Puerto de San Lorenzo y La Ventana del El Puerto, serán lidiados, banderilleados y muertos a estoque por los aplaudidos espadas TOÑETE, CARLOS OCHOA Y FRANCISCO DE MANUEL».

Es posible que el cartel fuese menos elocuente. Hoy en día los carteles han perdido aquella mágica grandilocuencia, pero cuando un joven de 17 años se viste de luces para ponerse delante de un «hermoso y escogido novillo», es porque lo quiere todo. La gloria eterna. No la de un gran futbolista, no es esa gloria. No digo que los éxitos de un deportista, como los de una estrella del rock o los de un político en campaña, no se vivan con emoción entusiasta. Pero no es esa gloria.

Triunfar en Las Ventas es tocar el cielo con los dedos de las manos. Esa es la épica del toreo: estar dispuesto a dar la vida por tu arte. ¿A quién no ha emocionado aquella famosa «crónica» de Eugenio de Noel, escritor visceralmente antitaurino: «¡Un terremoto seguido de un diluvio no da idea de la ovación! ¡Me cogían y me besaban delirantes! Di la vuelta al ruedo, y mi novia, y mi querida, sollozantes de orgullo, me miraron como los serafines deben mirar a Dios»? Es esa gloria.

El 12 de octubre de 2022, Francisco de Manuel y Andrés Roca Rey acariciaron el cielo de Madrid con las yemas de los dedos. Tres orejas cortó el madrileño y dos el torero peruano. Talavante, posiblemente henchido de orgullo, se dejó un toro vivo. ¿Sería su personal homenaje a la figura de José Tomás? Gran error, le faltó leyenda.

La corrida que cerró el ciclo de Otoño y la temporada de Madrid duró cerca de tres horas. Los toros, muy desiguales en su presentación, también lo fueron en su juego. Se empleó de verdad el tercero, al que De Manuel recibió en la muleta con una serie de derechazos de rodillas, ese «¡aquí estoy yo!» de un torero con hambre de triunfo y mucho valor. Templó el diestro en cada pase y toreó siempre en su sitio. Mató bien y se llevó una oreja.

Roca Rey es un torero tan necesario para la fiesta como el mar para los peces. Un torero que llena las plazas y nunca defrauda. Su toreo efectista no es santo de mi devoción pero reconozco el valor de un matador que se juega la vida cada tarde. Su afición y compromiso con su forma de entender el toreo está fuera de toda duda. Dos toros al corral y un segundo sobrero al que cortó las dos orejas. Empezó la faena de muleta con la quietud de sus pases cambiados, seguidos de unos doblones de poder muy ajustados. Ya en lo alto, pegó una serie de buenos derechazos, un cambio de mano de esos que encandilan al público, seguido de algunos naturales de mucha profundidad. Un último derroche de entrega por peligrosas bernardinas puso la plaza patas arriba. Mató con una buena estocada y llegó el premio y las dos orejas. El torero peruano sufrió una herida en la mano que le llevó a la enfermería. Poco pudo hacer con su segundo toro: algún natural de mucho peso y dos pinchazos al matar que el público despidió en silencio.

De Manuel toreó el quinto de la tarde debido al cambio de lidia. Un toro noble, negro listón de 576 kilos, al que recibió jugándose los muslos con un ajustadísimo quite por chicuelinas. Ya con la muleta, le arrancó una tanda de derechazos de mucha transmisión, pero su toreo no estalló hasta que se llevó la muleta a la zurda. Naturales largos, hondos y templados en los que se pudo escuchar el «tic-tac» de algún reloj. ¡Qué pitón izquierdo! Y De Manuel hizo con ese toro lo más importante de la tarde. Miró al cielo con emoción en su gesto, como quien habla con las figuras eternas que desde arriba miraban al ruedo, y se tiró a matar con todo lo que tenía. Dio una estocada caída pero el toro rodó sin puntilla. Y De Manuel alcanzó la gloria.

Mbappé, por su parte, ha hecho pública su intención de seguir jugando al fútbol. Y no se lo reprocho.


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