domingo, 7 de septiembre de 2025
Alumnos asisten a una celebración litúrgica en la basílica de la Abadía de Downside | Downside School
Para uno la vida es una mezcla de azar y elección; no termino de decidirme entre la milenaria dicotomía entre destino y libre albedrío. No se cual de las dos me llevó a pasar los años críticos en la formación de un hombre en un lugar único y, por razones de historia, irrepetible. Me refiero a esos años que marcan el sentido de pertenencia y que llevaron al agudo e itinerante (ciudadano múltiple) Max Aub a afirmar que «uno es de donde ha hecho el bachillerato». Siguiendo esta premisa, que implica que Aub fuese de Valencia, a mi me supone ser de un monasterio benedictino en «el país del verano» (Somerset).
Seguramente lo que mejor define estos años es el sentimiento de comunidad, ese rasgo que enfatiza Rod Dreher en su libro The Benedict Option (Penguin, 2017), considerándola la mejor herramienta para afrontar las Edades Oscuras, pasadas (siglo VI) y presentes (siglo XXI). Ello en parte implica ensalzar la máxima de San Benito de Nursia, ora et labora, que sobrevolaba el monasterio en el que pasé mi adolescencia. Los monjes, además de sus oraciones y cantos gregorianos, desempeñaban la dirección del colegio (desde el director a los directores de casas), la docencia (entre otras, impartían clases de religión, historia, clásicas o biología) y otros menesteres quizás no tan vistosos (como bibliotecario o maestro quesero). En definitiva, mediante sus actos infundían una filosofía de un mundo que se ha perdido. Por un lado, el monasterio se clausuró en el año 2021 debido al descenso de vocaciones. Por otro lado, los británicos han dejado de emancipar a sus hijos a los ocho años.
Mi gran referencia de esta experiencia vital es el padre Daniel Rees. siempre he pensado que debería emular al cineasta Billy Wilder, quien sobre su bureau tenía un rótulo que ponía «How would Lubitsch do it?». En mi caso sería «¿cómo lo haría D.O.M. Daniel?». Tuve la fortuna de que este monje galés de unos setenta años -no hay mayor desafío que intentar adivinar la edad de una persona que ha dedicado su existencia a la vida monástica- fuera mi director de casa durante dos años. También la poca fortuna de que justo cuando inicie mis A-Levels se retiró del colegio, por lo que no fue mi profesor de Historia Medieval (la fetén, la previa a la invasión normanda de 1066). Adicionalmente, remataba su posición de dirección y docente con otra labor: la de monje jardinero.
Para mi fue un ejemplo de erudición. Aún recuerdo cuando me preguntó «Fernando ¿tú hablas catalán?», ante mi respuesta afirmativa sentenció «estupendo, entonces por favor ayúdame con este texto». Abrió un libro en catalán medieval y comenzó a improvisar una traducción en inglés mientras acompañaba el texto con el dedo índice. Después de cada frase me miraba buscando mi aprobación, yo estaba estupefacto tanto por la agilidad interpretando el texto como por la humildad con la que me preguntaba si su traducción era correcta. También estaba sonrojado por mi ignorancia: me costaba mucho descifrar el texto.
Father Daniel era pura bondad, nunca le vi ni pensar ni hablar mal de nadie. Ni cuando tres gamberros le sustrajeron 200 libras de su caja de caudales. Recuerdo perfectamente cuando, apenado, compartió con nosotros la noticia en la asamblea vespertina, diciendo que era incapaz de pensar que ninguno de los miembros de esa casa podría haber efectuado esa fechoría. En vez de iniciar una caza para ver quién era el culpable, él prefirió pensar bien de todos, para mi otro ejercicio de humildad encomiable.
Finalmente, y esta es quizás la enseñanza con mayor calado, es que la educación se fundamenta en el ejemplo. Siempre que veía basura fuera de la papelera, a pesar de su avanzada edad, la recogía y la tiraba correctamente. Esta costumbre fue mal utilizada por algunos de sus alumnos, que llenaban el pasillo que llevaba a su clase de papelitos para retrasar unos minutos la lección. Aun así se agachaba, apresurado, a recoger los papelitos y se lo metía en el bolsillo del hábito, siendo consciente de que era más importante el comportamiento modélico que la enseñanza de las reformas administrativas y militares del rey Alfredo el Grande (871-899).
La adolescencia son años experimentales, que forjan carácter y principios. Uno tiene la sensación de que, aunque a aquella edad éramos unos bárbaros, los incansables hombres del hábito oscuro no desistieron en su intento de moldear unos Sir Galahad modernos, paladines de la pureza, la virtud, del carácter asistencial, y preparados para emprender cualquier aventura (aunque la búsqueda del santo grial no estuviera en nuestros planes). Este personaje literario, hijo de Sir Lancelot y miembro de la mesa redonda, concebido por los monjes cistercienses bretones en la baja edad media, tenía como objetivo crear un ideal de caballero (el que va en corcel, nada que ver con la sección de El Corte Inglés).
A veces pienso en lo afortunado que fue el fundador (el primus inter pares) de este ciclo de novelas de caballería de concluir sus días, según (el probable monje benedicto galés) Geoffrey de Monmouth en Historia regum Britanniae (1136), en Somerset, concretamente en “la isla de las manzanas” (Avalon). No en vano los monjes benedictinos de la abadía de Glastonbury, a apenas 15 millas del lugar de donde soy, afirmaron encontrar la tumba del rey Arturo y la reina Ginebra en 1191 (que aún se puede visitar aunque el templo fue destruido en 1539). A pesar de su dudosa veracidad -no dejó de ser un movimiento de marketing para atraer peregrinos (qué tiempos en los que a los turistas se les llamaba de esta forma)-, uno no puede dejar de pensar que, a principios del siglo VI, mientras el fundador del monasticismo redactaba su Regla de San Benito, el legendario monarca britano batía al invasor bárbaro (anglo-sajón) en la batalla de Monte Badon. No se si es elección o destino pero siempre estoy preparado para intentar con todas mis fuerzas sacar una espada de un roca.
ESCRITO POR:
Fernando Dameto Zaforteza es profesor de Estudios Liberales y decano de Crecimiento en CIS University, y autor de «La economía política en las expediciones científicas ilustradas a la América española (1734-1810).»
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