Un paso adelante. Movimiento contra la adversidad

martes, 18 de abril de 2023

Muriel Robin y Marion Barbeau en Un paso adelante / StudioCanal




Un paso adelante, de Cédric Klapisch

En cines en España desde el 17 de marzo


Hay películas a las que es más fácil perdonar sus defectos, aunque puedan parecer tan gruesos como el árbol que impide ver el bosque. Es el caso de «Un paso adelante», cuyos errores son tan chocantes… que tal vez no sean tanto errores y sí más bien intencionadas triquiñuelas. Fallos tan garrafales serían impropios en un cineasta experimentado como Cédric Klapisch, director de veinticinco películas y autor de casi otros tantos guiones.

Me refiero a detalles como la interesada premura, que simplifica el relato para llegar cuanto antes a lo que interesa desgranar; o las carencias interpretativas de algunos de sus actores, empezando por la protagonista; o el repentino enamoramiento entre su personaje y uno de sus compañeros, sin proceso ni explicación, etc.

Sin embargo, la película queda justificada con creces por su propia razón de ser. La danza, tanto clásica como contemporánea, es causa, medio y fin de «Un paso adelante», un filme bien rodado, fotografiado, musicalizado y, sobre todo, coreografiado. Por todo ello comparte mucho con títulos tan afines y variados como «Las zapatillas rojas», «Noches de sol», «¡Esto es ritmo!», «Pina» y tantos otros.

Su protagonista es Marion Barbeau, actual primera bailarina del Ballet de la Ópera de París, para quien está hecho un filme que alberga una paradoja: ella no es actriz, sino bailarina, lo cual implica lo mejor y parte de lo peor de la película. Me refiero a las limitaciones interpretativas de Barbeau, que impiden el desarrollo dramático de su personaje. Quizá por ello la historia parezca tan pequeña, sin serlo, pues la superación personal nunca lo es.

Pero a fin de cuentas no importa el juego si es aceptado, porque Barbeau viene a encarnar a Barbeau, aunque sea con otro nombre; alguien que es más ella misma danzando, que expresándose con palabras. Todas las carencias son aquí eclipsadas por el ballet. Con todo, no sólo se luce ella —lo cual ya deslumbra—, sino el resto de extraordinarios bailarines que representan las respectivas coreografías.

Aunque no tenga diálogos, la larga secuencia inicial en que es recreada la representación de un ballet decimonónico ruso, sirve como brillante declaración de intenciones con que ganarse al espectador. Tras esto, los títulos iniciales plantean un fuerte contraste a lo visto. Imágenes ralentizadas y distorsionadas al ritmo de una potente música electrónica, con la que dichas intenciones son apuntaladas, expresando con ello la permanente actualización de la danza.

Dicha contraposición —de la que sale mejor parada la danza contemporánea— continúa durante toda la película, y habría dado más de sí con unos diálogos más desarrollados. Eso gustará más o menos, pero atrapa. Gracias sobre todo a que todas las secuencias de baile han sido rodadas en planos generales que permiten observar las evoluciones de los bailarines, sin necesidad de un troceo efectista realizado después con el montaje cinematográfico. El resto de la trama consiste en una sucesión de danza, anécdotas, contrapuntos humorísticos, gastronomía o diálogos, que habrían servido una historia de mayor alcance, de haber tenido el relato una entidad dramática más ambiciosa.

Existe una atracción recíproca entre el cine y el resto de las artes, tan originaria como natural. «Un paso adelante» es otro ejemplo de ello, muy merecedor de atención.

ESCRITO POR:

Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.