Sobre el sentido de la Navidad

martes, 29 de noviembre de 2022

Isabel Díaz Ayuso en la inauguración del Belén de la Real Casa de Correos / Comunidad de Madrid



Reproducimos las palabras de la Presidenta de la Comunidad de Madrid con motivo de la inauguración del Belén de la Real Casa de Correos, el pasado 29 de noviembre de 2022, y que se puede ver en el canal de Youtube de la Comunidad de Madrid aquí.

«Un año más, durante el Adviento, inauguramos en la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol este Belén de todos que la Asociación de Belenistas ha montado con el cariño y dedicación que les hace únicos, y con la maestría con la que cada año nos sorprende.

La palabra «Adviento» significa «venida», y con la emoción que produce siempre la anticipación por la llegada de alguien querido, preparamos la celebración de la «Pascua» de Navidad, del «paso» de Dios por la Tierra, que nace y se hace hombre, y, como nosotros, sufre y disfruta, muere y, según la creencia cristiana, resucita para llevar la salvación a todos los hombres.

Si con la Epifanía, con la popular fiesta de los Reyes Magos, el cristianismo se hace «católico», esto es: «universal», y el hombre celebra por primera vez que Dios llega a todos los pueblos y razas; con el propio Cristo, con su encarnación como hombre, Dios mismo se incorpora a la Historia humana, a este barco de siglos en el que vamos todos. Dios humano e histórico como nosotros.

Esto, se tenga fe o no, es un hecho que cambió para siempre cómo nos vemos y cómo vivimos. Porque, como vio Julián Marías, «si el mismo Dios se hizo hombre es que hombre es lo mejor que se puede ser»: la dignidad del ser humano colocaba el listón en lo más alto. No había vuelta atrás en la necesidad de considerar cada vida humana como algo precioso, insustituible: nadie está de más en este mundo y ninguna vida vale menos ni merece menos ser vivida.

Cada año, frente al Belén, digo unas palabras sobre el sentido de la Navidad, sobre por qué cada año celebramos algo que es mucho más importante que las vacaciones, los regalos, las luces.

Corremos el riesgo de perder el sentido de quiénes somos, de dónde venimos. Los adultos nos frustramos a veces de no disfrutar la Navidad como cuando éramos niños. Pero entonces miramos a Ucrania, a estas gentes hermanas, refugiadas aquí en Madrid o allí, en mitad de la guerra, y vemos cómo celebran con dignidad y con júbilo la Navidad.

O recordamos a los cristianos perseguidos por el mundo, a los niños enfermos y sus familias, a los muchos que aquí también pasan por dificultades. A las personas que están solas, muy cerca de nosotros: hombres y mujeres, niños y mayores, a todos los que no se pueden reunir con sus seres queridos, algunos porque ya no están y otros porque están lejos.

Quiero que todos ellos sepan que, desde la Comunidad de Madrid, les tenemos muy presentes, especialmente en estas fechas.

Y también quiero dedicar unas palabras de agradecimiento a todas las personas que van a trabajar en Navidad para que los demás podamos disfrutar.

A los médicos y enfermeras; a policías, guardias civiles y vigilantes; a bomberos y protección civil, a los que aseguran los servicios básicos esenciales, a los trabajadores de los albergues y las residencias, a los voluntarios que dedican su tiempo a los más vulnerables, a camareros y cocineros, a los que trabajan en el mundo del espectáculo… Gracias, porque, sin vosotros, nada sería igual.

Los que sufren y los que ayudan dejan en evidencia las actitudes meramente utilitaristas, que hacen que nada quede en el corazón, que lo más importante nos deje insensibles, indiferentes.

Pero el Niño Dios nace en Belén un año más, y el mensaje es el de «Paz en la tierra». La familia se declara «sagrada», la promesa es la salvación, el perdón, la vida eterna; y el mandamiento único, el amor: «Amaos los unos a los otros».

Sus palabras impactaron a quienes las oían. Sus seguidores sufrieron durante siglos –todavía hoy– la más cruel de las persecuciones, pero nada pudo impedir que aquel mensaje se transmitiera de padres a hijos, generación a generación, porque ofrecía un horizonte de paz, amor, justicia y verdad desconocido hasta entonces.

Y ese mensaje cristiano, se tenga o no fe, es el que impregna nuestra forma de vida: la caridad, la piedad, el perdón, la tolerancia, el cuidado a los enfermos, la ayuda a los vulnerables, el respeto a la vida humana, la dignidad de la mujer, la satisfacción de compartir y de hacer el bien…

¿De verdad creyentes y no creyentes vamos a renunciar a este legado que lleva en sí lo mejor de nosotros, aquello a lo que todas las personas de buena voluntad aspiramos? La propia Historia de España, desde la Hispania romana, y desde la misma Monarquía de los Visigodos, no se explica sin su raíz cristiana. ¿Nos lo vamos a negar? ¿Qué gana nadie con esa falsificación? Pocos países están tan vinculados en su Historia entera y en su labor en el mundo a la concepción católica.

Juan Pablo II se preguntaba: «¿Se puede apartar a Cristo de la Historia de cada nación? ¿Se le puede apartar de la Historia de Europa? De hecho, ¡sólo en Él –seguía diciendo el Papa– todas las naciones y la humanidad entera pueden cruzar “el umbral de la esperanza”!»

En este precioso Belén que tengo aquí detrás, y en los que se ponen en las casas, colegios, y parroquias, se encuentra este umbral de la esperanza que se nos invita a cruzar. La esperanza que, pase lo que pase no podemos perder, como tampoco la alegría.

El «Evangelio», la «Buena Nueva», es parte de la herencia de todos. No es justo arrancar a los hombres de su Historia, ni de su tradición, ni de su dimensión trascendente, que buscará o no cada uno en libertad y en paz.

Por eso propongo un «pacto por la Navidad»: que nos unamos en volver a ser niños en el mejor sentido, en recuperar la cultura religiosa que es inseparable de la cultura con mayúscula de la que venimos, y que necesitamos para saber adónde ir.

Feliz Navidad a todos. Bienvenidos a celebrarla aquí en vuestra segunda casa, en Madrid.»

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