Ramón Tamames, un recuerdo autobiográfico

domingo, 5 de febrero de 2023

Ramón Tamames y Enrique Tierno Galván tres años después, en la manifestación del 1 de mayo de 1979 / Pedro M. Martinez Corada (Creative Commons)



El 1 de mayo de 1976 fue sábado. A las doce de la noche de ese día me encontraba yo en un bar de la calle Ruiz de Madrid, casi en la esquina con la Plaza del Dos de Mayo, tomando algo en compañía de mi íntimo amigo Luis María González-Haba, Güisi, con un íntimo amigo suyo, el abogado Juan Cristóbal González, y con un amigo de éste, el editor Ramón Akal.

Como todos los Primeros de Mayo desde hacía muchos años, ese día el PCE y los grupúsculos a su izquierda habían convocado manifestaciones, ilegales, por supuesto. Ya no vivía Franco pero aún no se había liberalizado nada. Lo que sí había pasado ese día es que la policía había actuado con poca o nula agresividad contra los pocos manifestantes que habían acudido a esas convocatorias más o menos clandestinas y creo que no había efectuado ninguna detención.

Yo, por razones autobiográficas que no vienen al caso, no había participado en ninguna de esas manifestaciones y Güisi tampoco. A las diez de aquella noche fui al piso donde vivía y, como el día siguiente era domingo, decidimos salir a tomar algo. Como buenos «progres» de acreditada trayectoria, nos fuimos al archifamoso Pub de Santa Bárbara, donde nos encontramos con Juan Cristóbal, que estaba con Akal. Allí alguien nos dijo que donde había mucho ambiente era en la Plaza del Dos de Mayo porque, al día siguiente, se iba a celebrar la Fiesta de ese día. Y allá que nos fuimos los cuatro, y efectivamente, en la Plaza había bastante gente joven tomándose cervezas.

Apenas llevábamos cinco minutos en aquel bar de la calle Ruiz, cuando irrumpieron un montón de «grises», que nos conminaron a salir a la calle; y cuando creíamos que ahí se había acabado todo apareció creo que un teniente o un capitán y dijo que todos los que estábamos en aquel bar teníamos que ir a una Comisaría de Policía que entonces había en la misma Plaza esquina a la calle de Daoiz. No dábamos crédito a lo que nos estaba pasando porque ni nos habíamos manifestado ni habíamos intervenido en nada de nada; y menos crédito seguimos dándole cuando, al llegar a la Comisaría, nos encerraron a los veinte o treinta que veníamos del bar en una habitación sin decirnos nada.

Allí pasamos toda la noche sin que nadie nos dijera por qué estábamos detenidos. Nosotros cuatro, al menos, proveníamos de la izquierda antifranquista; ni Güisi ni yo militábamos en ningún partido, pero Juan Cristóbal era un abogado muy conocido del PCE y Akal era un editor inequívocamente de izquierdas y, creo yo, que muy cercano al PCE, si es que no era militante. Pero el resto de los que allí nos apiñábamos sin tener siquiera dónde sentarnos eran chavales que estaban de copas, algunos de ellos con bastantes encima.

Cuando amaneció nos metieron a todos en unos furgones y, siempre sin decirnos nada, nos llevaron a la DGS (Dirección General de Seguridad), la actual sede de la Comunidad de Madrid, en Sol. Como yo ya había estado detenido en otras ocasiones, conocía bien el protocolo de tomarte la filiación, bajarte a los calabozos, quitarte los cordones de los zapatos y el cinturón para que no te suicides y asignarte una celda, que encontré tan cochambrosa como las veces anteriores en las que había estado allí. Pero que la democracia se acercaba lo noté en que nos dejaron hacer una llamada para anunciar a la familia que estábamos detenidos, algo insólito en los tiempos pasados.

Tuvieron el detalle de meternos a los cuatro en la misma celda, y no sé qué hicieron con el resto de nuestros acompañantes, entre los que no había nadie que tuviera la menor adscripción política, como pudimos comprobar durante la noche que compartimos en la comisaría, y eran sólo unos chavales que estaban de juerga.

Ya juntos los cuatro en aquel cuchitril en la mañana de aquel domingo, recapacitamos acerca de lo que había pasado y, sobre todo, de lo que nos podía pasar. Güisi estaba aterrado porque había firmado unas oposiciones para Letrado del ICONA y el primer ejercicio era el lunes por la tarde. Juan Cristóbal, gran abogado y abnegado militante del PC, se mantenía tranquilo y poco preocupado porque creía que, salvo locuras de la poli, de allí íbamos a salir pronto y sin problemas. Akal estaba eufórico porque, consciente de que no habíamos hecho nada y de que aquella detención era absolutamente arbitraria y caprichosa, decía que, primero, en la Unión Mundial de Editores (o algo así), en cuanto se enteraran de que a él, editor de prestigio en España, le habían detenido, elevarían una queja oficial y eso sería letal para el régimen aún franquista y positivo para su editorial. Pero su entusiasmo aumentaba con la posibilidad, que a él le hacía mucha ilusión, de que nos llevaran presos a Carabanchel porque decía: «no os preocupéis, que allí está Ramón y no para de organizar seminarios de economía y política, así que lo vamos a pasar fenomenal». Ramón, para los del PCE, sólo había uno: Tamames. Efectivamente, sabíamos que estaba detenido en la cárcel de Carabanchel, desde unas semanas antes, porque le habían cogido después de participar en una manifestación, creo que pidiendo la amnistía de todos los presos políticos. De mí no merece la pena que cuente nada: sabía que aquella absurda detención me estaba fastidiando la vida pero, a corto plazo, sólo me preocupaba que nos soltaran cuanto antes para llegar a las tres y media del lunes a dar mi clase de Lengua y Literatura en el Instituto Ramiro de Maeztu, donde estaba de PNN.

Pasamos allí otra noche y recuerdo que los policías que nos vigilaban fueron infinitamente más amables que los que me habían vigilado en mis anteriores detenciones, años antes. A primera hora del lunes llamaron a Ramón Akal y se marchó no sabíamos dónde, y nos quedamos los otros tres. A él le soltaron inmediatamente y, en efecto, se movió para dar publicidad a nuestra detención, de forma que al «Informaciones», que era el periódico de la tarde más aperturista, le dio tiempo de dar la noticia de nuestra detención, con nombres y apellidos, en la última página.

Pero nosotros seguíamos dentro. A media mañana nos sacaron a los tres para hacernos esas fotos típicas de la policía de frente, de perfil y de a medias. Subimos juntos al sitio de las fotos y, cuando llegaron a fotografiarnos, me dijeron que a mí no hacía falta hacérmelas porque ya las tenían de las otras veces. Se las hicieron a Güisi y a Cristóbal, y nos volvieron a bajar al calabozo. Hasta que a las dos vino un poli y nos dijo que podíamos recoger nuestras cosas y marcharnos sin más, sin tomarnos declaración siquiera. Fue de ver cómo Güisi corrió a su oposición, que sacó finalmente; y yo al Ramiro, donde llegué a tiempo para dar mi clase, con gran sorpresa de los compañeros que, en la Sala de Profesores, leían el periódico con la noticia de mi detención.

Pocos días después nos llegó la comunicación de que el ministro de la Gobernación, Manuel Fraga, nos imponía una multa gubernativa por desórdenes públicos de 10.000 pesetas (calculo que eso equivale a unos 1.500 euros de hoy). Pagamos un tercio de la multa y recurrimos; y ocho o diez meses después nos devolvieron las 3.333 pesetas que habíamos pagado. La democracia llegaba.

De todo esto me he acordado, del entusiasmo con que Ramón Akal nos animaba a ir contentos a Carabanchel, al conocer la noticia de que Ramón Tamames, a sus 89, puede ser que se preste a presentar la moción de censura que promueve Vox. Claro que sé que no tiene la menor posibilidad de obtener la mayoría necesaria para echar a Pedro Sánchez, pero el espectáculo de ver la confrontación entre un chisgarabís sin formación ni principios al que todo se lo han dado hecho desde su infancia, incluida su licenciatura en universidad privada y su tesis, de la que más vale no hablar, y una persona que, desde que tuvo uso de razón, no ha parado de trabajar, escribir, estudiar y exponerse para conseguir lo mejor para España, me parece que puede ser fascinante.

¿Qué puede decir el Doctor Sánchez ante un catedrático de Economía de la trayectoria y el prestigio de Tamames? ¿O ante un señor que ya en el año 56 conoció las cárceles franquistas, y en el 76 seguía visitándolas por luchar de verdad contra la dictadura, y no como estos niñatos de Sánchez y Bolaños que creen que sacando cadáveres de las tumbas benefician a los españoles? Y ¿qué dirán esos comunistas que apoyan a Sánchez al ver al autor de aquella obra, que seguro que desconocen, publicada por el Comité Central de su Partido en 1967, «Un futuro para España: la democracia económica y política», que fue la guía del PCE durante toda la Transición, articulando ahora una enmienda a la totalidad de lo que este gobierno Frankenstein lleva hecho?

Haga lo que haga, creo que Tamames se merece la admiración de todos.

ESCRITO POR:

Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense, Profesor Agregado de Lengua y Literatura Españolas de Bachillerato, Profesor en el Instituto Isabel la Católica de Madrid y en la Escuela Europea de Luxemburgo y Jefe de Gabinete de la Presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ha publicado innumerables artículos en revistas y periódicos.