«Perfect days» – Diáfano laberinto forestal

miércoles, 24 de enero de 2024

Koji Yakusho y Arisa Nakano en «Perfect Days» (2023) | DCM, Bitters End




Perfect days, de Wim Wenders

En cines desde el 12 de enero


Aprendí mucho del primer libro de temática cinematográfica que comenté en una revista del ramo, hace ya veinte años. Se titula «El acto de ver» y combina una selección de entrevistas y textos del cineasta y fotógrafo alemán Wim Wenders, nombre clave del cine contemporáneo.

Además del texto suscitado por aquella lectura, sobre todo conservo la lucidez de Wenders para trenzar su agudo intelecto y sensibilidad con sensatez, coherencia y precisión germanas.

Dos décadas y decenas de filmes después —su filmografía ya se acerca a los noventa, de todo formato y metraje—, la obra de Wenders sigue creciendo, con y sin altibajos, como un frondoso bosque multiforme: como documental o ficción humanistas, como ético vanguardismo tecnológico, como aglutinante fílmico y, según los casos, musical, pictórico, balletístico, arquitectónico…

Su cine posee además una patente vocación universal. Rodado desde Alemania a Estados Unidos, pasando por Rusia, islas Feroe, Francia, Brasil, Indonesia, España, Japón… «Perfect Days» no es de hecho la primera película nipona de Wenders. Ésta fue «Tokyo-Ga», un filme de enorme valor documental, creativo y testimonial, con el que «Perfect Days» guarda correspondencias, sin tener semejanzas aparentes.

Wenders buscó en el Tokio de 1983 vestigios del preservado en «Cuentos de Tokio», filme de 1953 e imprescindible título de Yasujirô Ozu y el patrimonio cinematográfico mundial. El interés de «Tokyo-Ga» también reside en su dimensión personal, pues rastrea la impronta del propio Ozu en algunos de quienes lo conocieron como ser humano y artista.

Vuelve pues Wenders a la capital nipona cuarenta años después, con una historia de ecos ozunianos. Relata varios días de la vida del señor Hirayama —Kôji Yakusho, protagonista y productor ejecutivo del filme—, un parco y solitario limpiador de los aseos públicos de Tokio. Sencilla premisa, de la que Wenders extrae resplandeciente simplicidad.

Regresa así a un aspecto capital de su cine: la ciudad como entidad espacio-temporal, atmosférica. No como ámbito vulgarizado de estampas típicas, pintorescas o turísticas, sino como recreación contemporánea de un motivo mitológico: el laberinto.

Un gigantesco lugar de lugares, formas y volúmenes, movimiento y dinamismo, luces y sonidos, donde a su vez discurren las articulaciones vitales de Hirayama. Única vida mostrada, punteada por las apariciones y desapariciones del resto de personajes.

La naturaleza autóctona significa y caracteriza la cultura nipona y Wenders asume ambas como ADN de «Perfect Days». El árbol es así el motivo orgánico del filme, organizado de hecho en estructura arbórea.

El tronco vertebrador del relato es conformado por las disciplinadas rutinas domésticas y profesionales del eficiente Hirayama, con equilibrio y sin monotonía mecánica. Las ramas, por sus hábitos personales —música, lectura, fotografía, esparcimiento…— y las contingencias de cada jornada. Los frutos y yemas brotan con el avance de la narración, relacionados con imprevistos, coincidencias y encuentros con otras personas, que modifican su minuciosa existencia, en modos e intensidades diversos.

Pero el árbol también es aquí motivo creativo, refinado en un libro de poesía, además de visual. Éste capturado desde la perspectiva humana, es decir, mirando de abajo arriba, en encuadres contrapicados.

Levantar la cabeza para alzar la mirada comporta dos correlaciones en el contexto de la película: acceder a la inmediata gratuidad de la belleza natural y obtener una óptica nueva, desde la que dimensionar la vida cotidiana como oportunidad benéfica, como bendición.

Aunque hay conflicto dramático y sufrimiento, Wenders no indaga en sus causas, ofreciendo sólo preguntas y propiciando deducciones. Asume así el tiempo como fluencia permanente y cambio perpetuo, no como proceso acotado en pasado, presente y futuro y remarcado por expresividades y modulaciones dramáticas.

Este flujo uniforme es reforzado por abstractas transiciones oníricas, compuestas por Donata Wenders -esposa del cineasta-, a modo de breves cesuras, conclusivas e iniciadoras de cada día. Desde luego, viendo su aspecto y fecundidad creativa, cuesta creer que Wim Wenders vaya a ser octogenario a partir del próximo año. Bendito sea.

ESCRITO POR:

Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.