Los Jesuitas y Paul Johnson

lunes, 16 de enero de 2023

Stonyhurst College en Lancashire, Inglaterra / Henry Brett (Flickr)



Stonyhurst College, en la frontera de los condados norteños de Inglaterra de Lancashire y Yorkshire, es uno los colegios internos más señeros del Reino Unido y es el centro de enseñanza secundaria de los Jesuitas más antiguo del mundo, puesto que fue fundado en 1593 en Saint-Omer, Países Bajos Españoles, bajo el patrocinio de Felipe II, por padres británicos que querían educar a sus hijos según los preceptos de la religión Católica, enseñanza prohibida entonces y durante los siguientes dos siglos por las autoridades que estaban al servicio de la iglesia estatal Anglicana. Felipe II, por su parte, quería una avanzadilla de jóvenes apostólicos y romanos en la Inglaterra de los herejes.

Ahí estudió el recientemente fallecido Paul Johnson, periodista, historiador y prolífico escritor. Johnson, que fue director del izquierdista semanario The New Statesman y a continuación paso a ser el columnista estrella del conservador The Spectator, es uno de los ejemplos más célebres en nuestro tiempo del transfuguismo intelectual de una orilla política a la otra. Johnson se convirtió en el máximo fustigador de las plagas que debilitan el pensamiento contemporáneo. Acabó despreciando con todas su fuerzas el pensamiento único de quienes tienen el pensamiento desordenado. El relativismo contemporáneo le sacaba de quicio.

La furia de Johnson fue aumentando a lo largo de una vida de prodigiosa producción literaria. Lo resumió en una columna en The Spectator que era una enmienda a la totalidad de la modernidad y que tituló To Hell with Picasso, Al Diablo con Picasso. Reunió bajo esa exasperada exclamación a varios escritos de la misma índole y lo publicó para castigar a los ignorantes a mediados de esa década del todo vale que fue la de los noventa del pasado siglo.

Johnson decía, y no necesariamente bromeaba, que tenía tantas desventajas para ser aceptado en la sociedad británica como un judío. Era pelirrojo, zurdo y católico. Pero, lo cierto es que fue aceptadísimo tanto en su primera etapa como izquierdista como en la posterior como fustigador de sus antiguos camaradas. Los ingleses admiran al excéntrico que no tiene pelos en la lengua y dice lo que le da la gana.

Siempre me he preguntado qué papel pudo tener en sus amores y en sus odios el inmenso edificio de Stonyhurst que desde hace tantísimo tiempo se levanta sobre una extensa y aislada campiña de su propiedad. El lugar lo conozco sobradamente porque, al igual que Johnson, ahí me educaron los Jesuitas.

El gran refectorio de Stonyhurst, donde desayunan, almuerzan y cenan los Jesuitas, que todavía los hay, el claustro de profesores y los chicos (ahora también chicas) senior, tiene a lo largo de unas de sus fachadas retratos de siete antiguos alumnos que obtuvieron como miembros de las Fuerzas Armadas británicas la Victoria Cross que, como la Cruz Laureada de San Fernando en España, es la condecoración militar más preciada del Reino Unido. Si la memoria no me falla, más de la mitad de estos O.S. (Old Stonyhurst, es decir antiguos alumnos del College) murieron en combate y fueron honrados póstumamente por la Corona.

En el resto del amplio refectorio, que no tiene desperdicio porque además de mucha plata en la mesa principal y de trofeos de caza por doquier como si de un gran cenador medieval se tratase, cuelgan retratos de antiguos alumnos que murieron por su fe católica durante las persecuciones religiosas en Inglaterra a finales del siglo XVI y a lo largo del XVII. Algunos eran Jesuitas, otros no. Tres son santos, doce son beatos y veintidós son mártires.

Se ingresa en el internado de Stonyhurst College a los trece años y, a partir de los dieciséis, los que son considerados aptos para probar la exigente vocación a la Compañía de Jesús, los que reúnen condiciones para opositar a plazas en las buenas universidades y los que las tienen para ingresar en las academias militares, acceden al gran refectorio. Al menos así lo fue en mi época, cuando Stonyhust era bastante elitista. Más lo fue en tiempos de Johnson. Entre los buenos estudiantes primaba la vocación académica y literaria, o la de las armas o la religión. A nadie le interesaba el business.

Accedió al gran refectorio Paul Johnson, que iría a estudiar historia en Oxford, y yo mismo, que años después seguí el mismo itinerario y elegí estudiar la misma carrera en la exquisita universidad. Y así otros muchos O.S., porque cada año unos seis o siete conseguimos superar los múltiples obstáculos que existían para ingresar en el College oxfordiano de nuestras ambiciones.

Y vuelvo, ahora en estos días cuando se suceden los obituarios a Paul Johnson, a pensar en el impacto que pudieron tener aquellos desayunos, almuerzo y cenas bajo la mirada de los que fueron fieles al altar y al trono. Alguna que otra vez que coincidíamos hablaba muy bien de nuestro colegio. Los Jesuitas de su época, y todavía los de la mía, te decían nada más aterrizar ahí que había que pray hard, work hard and play hard – rezar duro, o con intensidad, y trabajar (estudiar) y jugar (al rugby y al cricket) con la misma entrega total.  La advertencia quedó grabada en todo el que llegaba. Se hacía, sin embargo, carne y hueso cuando se accedía al gran refectorio y se miraban con atención los retratos a los «héroes». La contemplación le obligaba a uno a ser extraordinario y eso era, al menos entonces, lo que querían los Jesuitas de sus alumnos. Paul Johnson lo fue. Rezó, trabajó y jugó como pocos.

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