Madrid 1945. Las últimas boqueadas

jueves, 13 de abril de 2023

Pasillo de la estación «fantasma» de Chamberí / Leticia Ayuso (flickr) (*)




Madrid 1945. La noche de los cuatro caminos, de Andrés Trapiello

Destino, 22,70€, 512 págs.


Dice Andrés Trapiello que para escribir este libro desoyó los consejos de amigos escritores, que le animaban a transformar el muy literario material histórico con que contaba en una novela. Para que nadie pudiera echarle en cara sesgos ni interpretaciones, optó por construir una crónica que logra el impacto de una gran novela sin necesidad de barnices de ficción. La realidad se traslada al libro, filtrada sólo por su talento de narrador, desde los documentos inéditos que maneja, obtenidos en una peripecia que es en sí misma un gran relato.

El libro cuenta cómo, el 25 de febrero de 1945, cinco militantes comunistas acuerdan dar un golpe al franquismo asaltando la subdelegación de Falange de Cuatro Caminos y asesinando a quien se les ponga por delante. El resultado de su plan fue la muerte a sangre fría de dos falangistas, Martín Mora y David Lara. Los asaltantes, José Carmona, apodado el Fantasma; Félix Plaza, conocido como el Francés; y Tomás Jiménez, así como los guerrilleros que vigilaban la entrada, Domingo Martínez y Luis del Álamo, fueron detenidos, torturados y ejecutados, al igual que José Vitini, jefe de la Agrupación Guerrillera de Madrid, y Juan Casín, secretario de organización del Comité Provincial del PCE.

Las víctimas, por su parte, fueron olvidadas en la marabunta de propaganda que desató el régimen contra los asesinos: «En los periódicos nadie se ocupó de los únicos importantes en aquel momento, Mora y Lara. Ni una reseña sobre sus vidas, ni una semblanza, nada; no aparecen por ninguna parte», cuenta Trapiello. Hasta ahí llega la sordidez del mundo que describe con una minuciosidad y una agudeza en la mirada que es quizás uno de los atractivos mayores del libro, más allá de su valor documental.

Son los suyos personajes colgados de un destino trágico en un mundo que intentaba superar la tragedia de la guerra, desasistidos por el partido en el que militan, cuando no cuestionados y perseguidos por él; individuos solitarios que discurren por descampados y callejas, de Carabanchel a Tetuán, y trapichean en pisuchos y pensiones de mala muerte, desconfiando hasta de su sombra, mal organizados y peor pertrechados para ganar una guerra que habían perdido hacía más de un lustro, luchando por objetivos de los que se desentendían hasta los grandes jerarcas del PCE. Los más astutos se salvaron gracias a la tutela del servicio de inteligencia de Estados Unidos, para el que trabajaban, y es su peripecia una de las más apasionantes del libro. Los de más trágico destino perecieron a manos de los suyos.

Es difícil elegir un hilo argumental que destaque en la compleja trama de vidas cruzadas que se describe, complementada por un magnífico despliegue de fotos y documentos, en muchos casos inéditos. Impresiona la historia de Casín, el dueño de la imprenta clandestina de Carabanchel. Su casa, y el agujero que desde ella conducía al lugar secreto donde imprimía la propaganda comunista, se nos muestra en una foto desoladora, cuyo pie dice: «la fotografía de la casa de Casín probaba, más que un hecho, un delito: cómo vivía aquella gente». O la de Trilla, fundador del PCE, que tuvo que huir de la policía y de sus camaradas, y fue finalmente asesinado por éstos. O la de José Vitini, llegado a España desde Francia un mes antes de los asesinatos para hacerse cargo de la guerrilla en Madrid. De su final dice el libro: «¿Cómo llegaron hasta Vitini? Sabemos que no le detuvieron en su casa, sino en un café. Todo apunta a que el último eslabón fue un chivatazo. En la acusación gravísima de Carrillo, este afirmaba que “fue capturado por el enemigo, entre otras causas, por su forma de vida impropia de un militante revolucionario, que se encuentra en una situación de clandestinidad tan rigurosa”. Carrillo, a salvo en la Francia libre, ¿a qué se refería? ¿A que no era bajito? ¿A que le sentaban bien los trajes? Sin duda a una sola razón: a que Vitini estaba en Madrid, mientras el pequeño Torquemada redactaba oscuros informes en Toulouse para un comité central que hacía también las veces de Santo Oficio, y con la esperanza de entrar en él y acaso en el buró político. Y así ocurrió».

El autor trata a los guerrilleros con todo el rigor que le dan los documentos y testimonios con que cuenta, y también con cierta compasión. Ha hablado con los supervivientes y con sus familias y ha rastreado exhaustivamente archivos y testimonios; les conoce de cerca. Es tan triste el escenario de su aspiración, tan inútil su esfuerzo; están tan desasistidos de la organización en la que se encuadran, resulta su heroísmo tan cutre, que sus rasgos sanguinarios, los que les llevaron, como militantes de un partido estalinista, a asesinar a fríamente a un infeliz de 30 años y a un ujier cojo, acaban diluyéndose, y los personajes que fueron llegan a inspirar más condescendencia que repulsión. Su golpe solo sirvió para reforzar la narrativa del franquismo sobre el peligro comunista, hasta el punto de que la manifestación de adhesión al régimen que se celebró al día siguiente fue la mayor celebrada en España hasta la fecha y supuso, según en el autor, «en la práctica el fin de la guerrilla».

Esta mirada compasiva del Trapiello a aquellos guerrilleros no le impidió, sin embargo, tener la máxima claridad en su negativa a Manuela Carmena cuando pretendió incluir sus nombres en un monumento a las víctimas del franquismo. Como miembro del Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, su posición fue contraria a homenajear como víctimas a quienes fueron también victimarios. Este hecho nos recuerda hasta qué punto son pertinentes en la actualidad las reflexiones que plantea este libro.

(*) La imagen que acompaña a este artículo no es del libro. A pesar de llevar itentándolo desde el 22 de marzo, aún no hemos logrado que ni la Editorial Destino ni el Grupo Planeta nos permitan utilizar una imagen del libro.