La nueva religión

lunes, 18 de septiembre de 2023



José Manuel García-Margallo es sin duda uno de los políticos españoles con una trayectoria más dilatada. Desde que fue elegido diputado en las primeras elecciones democráticas, allá por junio de 1977, hasta hoy ha estado siempre en primera fila de la política: 16 años ha sido diputado nacional; 21 años eurodiputado —y sigue siéndolo—; y 5 años ministro de Asuntos Exteriores. Esto demuestra, en primer lugar, una inveterada vocación política, pero también una especial inteligencia para sobrevivir a los cambios y los avatares de la azarosa vida de los partidos políticos. En esos 46 años de actividad, a través de innumerables artículos y libros que ha publicado, de sus frecuentes intervenciones en los medios de comunicación y de sus discursos en los parlamentos, ha podido demostrar su indiscutible capacidad de análisis. De él no se puede decir, como sí podemos de la mayoría de los políticos actuales, que no sepamos lo que piensa.

Pues bien, creo que nunca ha dado más en el clavo para diagnosticar un fenómeno cultural-político-social que cuando en el mes de marzo pasado dijo, de manera solemne y taxativa, que «la Agenda 2030 es el Evangelio».

Probablemente lo que el ex ministro quiso decir es que la Agenda 2030 no admite discusión, usando la expresión coloquial que usamos todos cuando queremos decir eso, que algo es indiscutible, expresión que podemos intercambiar con la de «eso va a misa», usando otra fórmula con resonancias religiosas.

Dejemos por ahora el análisis de si esa Agenda admite o no discusión, y quedémonos con la literalidad de la frase del veterano político, para lo que tenemos que recordar lo que es y lo que significa el Evangelio en nuestra civilización occidental, esta civilización que va diluyéndose, precisamente porque cada vez es menos conocido eso, el Evangelio. «Evangelio» literalmente quiere decir «buena nueva», es decir, la noticia de que Dios, el Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, se ha hecho hombre para redimirnos a todos. También quiere decir, y así se proclama en la misa, «palabra de Dios». Y la RAE nos dice que «evangelio» puede significar también «religión cristiana».

Pues bien, Margallo acertó plenamente cuando adjudicó a la Agenda 2030 la identificación con el Evangelio, tanto en su significado de palabra de Dios como con el de una religión.

En el mundo de hoy, efectivamente, la Agenda 2030 es para la inmensa mayoría de los políticos, de los periodistas, de los profesores de primaria, secundaria y universidad, de los creadores de libros, películas y series, la palabra de Dios; es decir, algo que no se puede discutir porque ¿quién es el hombre para dudar de y, aún menos, para contradecir la palabra de Dios?

Acertó nuestro eurodiputado cuando a la Agenda 2030 le adjudicó la condición de religión. Y ya se sabe que para unirse a una religión es indispensable la fe, que, popularmente, consiste en «creer lo que no se puede ver».

Y eso es exactamente lo que es y lo que está pasando con la Agenda 2030.

Nadie puede negar que los objetivos que esa Agenda proclama son indiscutibles: eliminar la pobreza y el hambre, ofrecer a todos los habitantes de la tierra sanidad y educación, acabar con cualquier tipo de discriminación, impulsar la economía, el empleo, la prosperidad y las oportunidades de todos, erradicar las guerras y la violencia o cuidar el medio ambiente. ¿Quién puede estar en contra de estos objetivos? Lo que extraña es que haya habido que esperar a 2015 para que la ONU los proclamara.

Y ahí está la clave. Lo que la ONU hizo entonces y después ha sido acogido con fervor religioso por inmensas mayorías en los países desarrollados de Occidente, es proclamar, como dogma de fe, que para conseguir todos esos objetivos sólo hay un camino: luchar contra el cambio climático. Un cambio climático que, según esta nueva religión, está siendo producido por el hombre, que es un ser malvado y más aún si vive en el capitalismo y acepta la economía de mercado como sistema para producir riqueza.

A los infinitos sacerdotes, catequistas y propagadores de esta nueva fe, les da igual que la ciencia no pueda demostrar fehacientemente la existencia de ese cambio climático antropogénico, porque la fe es la fe. Como ocurrió con Galileo en el siglo XVII o con Darwin en el XIX y la Iglesia Católica, aunque hace ya mucho que esa misma Iglesia reconoció su error de enfrentarse con la realidad. Algo que no hacen los fieles fanáticos de la nueva religión.

Marx, en una de sus primeras obras, la «Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel», dejó dicho que «la religión es el opio del pueblo»; con eso quería decir que la religión introduce una ilusión en los hombres que puede hacerles olvidar los problemas concretos que tienen en sus vidas reales. Es posible que tuviera bastante razón con esa afirmación tan rotunda. Desde luego, ahora, la religión de la Agenda 2030, con su dogma del cambio climático, sí que actúa como un «opio del pueblo», un pueblo, que somos todos, a los que se nos ofrece el premio de «salvar el planeta», que es el equivalente a la vida eterna, y un castigo, el infierno, para los que nos atrevamos a ser herejes. Por ahora ese infierno es sólo la descalificación social, aunque en la mente de los inquisidores de la religión de la que la Agenda 2030 es el Evangelio está, sin duda, el aumentar las penas.

Por cierto, que resulta curioso que los más acérrimos creyentes en esta nueva religión sean los marxistas y postmarxistas más furibundos.

Al final todo es para dar la razón a la inteligente perspicacia de Chesterton cuando dijo que «when men choose not to believe in God, they do not thereafter believe in nothing, they then become capable of believing in anything» («cuando los hombres eligen no creer en Dios, no pasan a no creer en nada, sino que son capaces de creer en cualquier cosa»).

ESCRITO POR:

Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense, Profesor Agregado de Lengua y Literatura Españolas de Bachillerato, Profesor en el Instituto Isabel la Católica de Madrid y en la Escuela Europea de Luxemburgo y Jefe de Gabinete de la Presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ha publicado innumerables artículos en revistas y periódicos.