Heinrich Heine y Europa

viernes, 1 de agosto de 2025

Detalle del retrato de Heinrich Heine (1797-1856). Moritz Oppenheim, 1831. Kunsthalle de Hamburgo, Alemania.




La herida Heine. Heinrich Heine y el espírituo europeo, de Mariano Zabía

Editorial Sonora, 11€, 180 págs.


No me parece demasiado aventurado afirmar que Heine (1797-1856) es hoy un perfecto desconocido para la inmensa mayoría de los españoles; lo que tiene su lógica porque, con los planes de estudio que sufren nuestros escolares desde 1990 y la LOGSE socialista, ya son pocos los que conocen a Bécquer (1836-1870), o sea, que mucho menos van a conocer a un poeta alemán del siglo XIX por muy importante que sea.

Por cierto, Bécquer sí conoció la poesía de Heine, de ahí que algunos críticos literarios hayan dedicado estudios a indagar hasta qué punto el romántico poeta alemán influyó en nuestro romántico poeta; algo sí parece que influyó, aunque el nuestro es mucho menos crítico que el alemán y mucho más dulce. Pero lo que sí sabemos es que en tiempos de Bécquer los poetas y lectores de poesía españoles sabían de Heine más de lo que se sabe ahora.

Pero Heine no era sólo conocido por los aficionados a la literatura; también había políticos que sabían de qué iba el escritor alemán. Así, el 6 de noviembre de 1882, Antonio Cánovas del Castillo, que entonces estaba de líder de la oposición al gobierno de Sagasta, pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid con el título «Discurso sobre la nación». Leída hoy, impresiona por la profundidad con la que analiza todo lo que se encierra detrás de esa palabra, que para Zapatero es un concepto discutido y discutible, y por la erudición literaria y filosófica que exhibe. Allí, entre otras cosas, Cánovas dijo: «Solo anda suelto por el mundo, ahora, con traje de sistema metafísico, aunque no lo sea, el pesimismo: no ya aquel individual, instintivo, sentimentalmente poético, que todos experimentamos en este siglo a las veces, al modo de Byron, Heine o Leopardi, sino otro racional y coordinado». O sea, que sabía quién era Heine y se había enterado de lo que va su poesía.

Pues bien, en esta España de hoy, que caritativamente calificaré como un poquito menos culta que la del siglo XIX, acaba de aparecer un libro de Mariano Zabía, «La herida Heine» (Editorial Sonora), en el que indaga en el significado que la obra y la personalidad de Heinrich Heine tuvieron y siguen teniendo en la cultura europea.

Mariano Zabía, que ya había demostrado el año pasado su profundo conocimiento de la historia y la cultura alemanas en su libro «El viaje a Weimar» (Editorial Sonora), se ha zambullido en la vida y los escritos en verso y en prosa de Heine, para concluir que conocerlo a fondo proporciona, probablemente, muchas de las claves que es imprescindible conocer para saber bien de dónde viene la Europa que hoy tenemos y en la que vivimos.

Empecemos por recordar cómo la Unión Europea, esa gigantesca superestructura cada vez más llena de burocracia descontrolada, es hija de la admirable voluntad de unos políticos que, al acabar la II Guerra Mundial, decidieron hacer algo para acabar con los enfrentamientos que, desde la caída del Imperio Romano incluida, han llenado la Historia de Europa y de los que las dos Guerras Mundiales del nefasto siglo XX han sido sus últimas y quizás más terribles muestras. Por cierto, el autor de este estudio califica, con especial brillantez, a la Primera Guerra Mundial como «una guerra civil del espíritu europeo».

Zabía conoce muy bien la Historia de Alemania y por eso dedica unas páginas a describir, siquiera en forma resumida, cómo han sido los momentos más críticos de esos choques entre el Este de origen germánico con los herederos del Imperio Romano del Oeste. Empezando por die Völkerwanderung («la migración de los pueblos», que es como los alemanes llaman a lo que nosotros llamamos «la invasión de los bárbaros»). Una invasión que tuvo un insólito resultado, que fue que los invasores acabaron por reconocer la superioridad política, cultural y religiosa de los invadidos y hacerla suya. De ahí, según el autor de este estudio, proviene una especie de complejo de inferioridad por parte de esos pueblos germánicos, que se va a hacer patente en muchos de los episodios de la Historia de Alemania: la Guerra de las Investiduras (cuando en el siglo XI el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Enrique IV se humilló yendo a Canossa a pedir perdón al Papa), la Reforma de Lutero, la Guerra de los Treinta Años, las invasiones napoleónicas o las dos Guerras Mundiales.

De ahí viene la actitud, mezcla de resentimiento, admiración y envidia, que, desde hace siglos, los alemanes han tenido hacia la Europa más occidental, representada principalmente por Francia, con la que con tanta frecuencia han acabado teniendo guerras, y muy terribles.

Ahí, en medio de esa tensión perenne entre Alemania y Francia, nació en 1797, en la renana ciudad de Düsseldorf, el judío Heinrich Heine, que, desde su condición de judío que no le ayudará a integrarse en la Alemania de entonces, por un lado, va a hacer suyos todos los elementos que constituyen la identidad alemana, desde su lengua y tradición literaria a Lutero, al que considera fundamental para entender la Alemania moderna; y por otro, va a mirar a la Francia que viene del Siglo de las Luces y de su Revolución.

Así Heine, que vivirá en París desde 1831 hasta su muerte, se va a convertir en lo que un crítico alemán de su obra dictaminó ya en el siglo XIX: «el ruiseñor alemán que anidó en la peluca de Voltaire». Esta expresión ya la recogió en 1884 don Marcelino Menéndez Pelayo en un ensayo que dedicó al poeta alemán -otra muestra más del nivel cultural de aquellos años- y quedó como etiqueta en los manuales que algunos estudiamos en nuestro bachillerato.

Zabía, en su estudio, demuestra todo lo que de verdad hay en esa frase más o menos metafórica. Por un lado, nos enseña que Heine es un ruiseñor, es decir, un poeta, para muchos críticos el último gran poeta romántico alemán; de la misma forma que algunos lo consideran el primer gran poeta moderno de la literatura alemana por cómo fue rompiendo normas que hasta entonces eran intocables, como, por ejemplo, al usar la asonancia, que, por cierto, conoció en los romances españoles. Y, por otro lado, es verdad que su fascinación por muchos de los elementos de la cultura y la historia de Francia, incluidas sus revoluciones, le hizo una rara avis dentro de Alemania, que nunca le perdonó esa ambivalencia, ese haber anidado o intentado anidar en la peluca de Voltaire.

Heine, según nos va mostrando este estudio, estuvo siempre en medio de profundas confrontaciones ideológicas y literarias. Entre la Ilustración francesa y el Romanticismo alemán; entre la concepción luterana de la libertad, como algo exclusivamente espiritual, y la concepción de la libertad en la Revolución Francesa, como algo civil; entre el provincianismo alemán y el gran mundo francés (en este libro se nos cuenta cómo fue esplendorosamente acogido por la aristocracia literaria del París de su época).

Y puesto a analizar las confrontaciones seculares que Europa lleva siglos sufriendo, Zabía dedica unas intensas páginas a estudiar el trascendental choque que, al empezar la I Guerra Mundial, protagonizaron los hermanos Heinrich y Thomas Mann, perfecto símbolo de lo que, un siglo antes, había vivido Heine: las diferencias y tensiones que pueden darse entre dos conceptos tan profundos y trascendentales como Cultura y Civilización, que, como expresó Thomas Mann en sus «Consideraciones de un apolítico» y recoge este libro: «la diferencia entre espíritu y política contiene la diferencia entre cultura y civilización, entre alma y sociedad, entre libertad y derecho de voto, entre arte y literatura; y el carácter alemán es cultura, alma, libertad, arte y no (la cursiva es de Thomas Mann) civilización, sociedad, derecho de voto y literatura». Como se ve, Thomas estaba por apoyar incondicionalmente a las tropas alemanas en aquella terrible guerra, mientras que su hermano Heinrich, mucho peor escritor, pero mucho más acertado político, estaba radicalmente en contra de la guerra en nombre de esa Civilización a la que criticaba Thomas. Cuando contemplamos ese enfrentamiento podemos imaginar que también Heine lo vivió, aunque en su tiempo nadie lo expresara con la crudeza que utilizaron los dos hermanos Mann.

En su recorrido por la obra de Heine, Mariano Zabía explora todo lo que en ella hay de típicamente romántico, entre otras cosas la de quererlo todo aquí y ahora, algo que en política es imposible; de ahí la contradicción -Heine, según Zabía, es el rey de las contradicciones- que existe entre su fascinación por las revoluciones y, al mismo tiempo, su aprecio por Mirabeau, el político más realista de los revolucionarios franceses.

Porque, aunque hay que prestar atención al significado de Heine como dramático punto de encuentro de las contradicciones que están en la esencia de la Europa de la que somos hijos, también hay que leerle como un poeta de una brillantez extraordinaria; para mostrarlo citaré sólo un verso, que recoge este libro: «¡Pues sí; beso, luego vivo!»

Al ir leyendo el libro se hace cada vez más evidente la identificación que el autor que lo escribe tiene con el autor sobre el que escribe, como cuando nos habla de sus sentimientos religiosos en aquellos años finales cuando la enfermedad le tenía tirado en sus colchones, y nos dice «Heine necesitaba un Dios (…) al que pedir cuentas por un sufrimiento para el que no encuentra justificación alguna». Y añade «Ante la realidad del dolor es natural elevar los ojos al cielo y pedir una explicación, pero ni siquiera un Dios -quizás un Dios menos que nadie- es capaz de explicar lo inexplicable».

Heine, señala al final de su apasionado estudio Mariano Zabía, «ama profundamente la vida, siente dentro de sí una inmensa alegría de vivir y, sin embargo, sabe que la vida es la fuente de todos los dolores». Para afirmar con solemnidad: «La herida Heine es la herida del mundo. El ruiseñor alemán no anidó nunca en la peluca de Voltaire, ni Heine pudo reconciliar esos dos elementos que tanto amaba, la ratio francesa y el irracionalismo alemán».

Leer esta «herida Heine» es, sin duda, una invitación a conocer a este autor, en el que están muchas de las claves de la cultura europea y en el que, además, podemos encontrar una poesía llena de profundidad, de agudeza, de ironía a veces, incluso de sentido del humor, que toca, con inusitada brillantez, los temas eternos de la poesía: el amor, el dolor, la angustia y la rebeldía.

ESCRITO POR:

Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense, Profesor Agregado de Lengua y Literatura Españolas de Bachillerato, Profesor en el Instituto Isabel la Católica de Madrid y en la Escuela Europea de Luxemburgo y Jefe de Gabinete de la Presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ha publicado innumerables artículos en revistas y periódicos.