lunes, 13 de noviembre de 2023
Una mezuzá en Israel | Noam Chen y Ministerio de Turismo de Israel
Cada vez me resulta más difícil hablar con personas no judías sobre los acontecimientos de las últimas semanas. Precisamente cuando más deberíamos compartir nuestros puntos de vista con aquellos que piensan diferente, me siento incapaz de hacerlo. No sé si es el caso de otros judíos, pero sí es el mío.
El pasado siete de octubre, tras el ataque terrorista de Hamás, renació en mí un cierto orgullo judío. Me di cuenta de que no tenía una mezuzá en la puerta de mi casa (una mezuzá es un objeto pequeño que contiene versículos de las Escrituras y que muchos judíos cuelgan a la entrada de sus viviendas). Ese día sentí la necesidad de demostrar que estaba orgulloso de ser judío, así que compré una mezuzá por Internet, con mucha ilusión por colgarla cuando llegara. La mezuzá llegó sólo unos días después, pero en ese poco tiempo todo cambió: La gran cantidad de antisemitismo que se puso de manifiesto de diversas formas me afectó profundamente, y ahora tengo miedo de colgar la mezuzá porque pienso que alguien podría venir a mi casa, quemarla, y matarme por ser judío. Y vivo en Los Ángeles, en Estados Unidos. En 2023.
Para ser miembro de la mayoría de las religiones basta con suscribir un conjunto de creencias. Si aceptas a Jesucristo como tu Señor y Salvador, eres cristiano. Si crees que no hay más dios que Alá y que Mahoma es su profeta, puedes llamarte musulmán. Sin embargo, la mayoría de los judíos que conozco son agnósticos o ateos y tienen opiniones religiosas y políticas muy variadas. Probablemente no exista una sola creencia religiosa que conecte a todos los judíos. ¿Cuál es entonces la creencia que une a todos los judíos?
Pienso que es la convicción de que los judíos somos un pueblo odiado y perseguido y, en algún momento, los no judíos que nos rodean intentarán hacernos desaparecer de la faz de la tierra. Esto puede parecer algo ridículo o exagerado para muchos, pero la idea de que somos un pueblo perseguido que necesita luchar para sobrevivir es parte esencial de nuestra identidad. Si pides a un judío que te explique el origen de alguna festividad normalmente podrá resumirla como: «un grupo de personas intentó asesinarnos y no tuvieron éxito; así que esta noche bebemos vino kosher barato para celebrar». Es el caso de la Janucá y los romanos, el Purim y los persas, la Pésaj y los egipcios y, por supuesto, el Yom Hashoá y los nazis, por mencionar algunas.
Es sabido que los judíos valoramos mucho la educación, pero es posible que muchos no judíos no sepan por qué. Cuando era niño, mi abuelo me dijo: «Estudia. En algún momento, cuando te intenten matar y necesites huir, te podrán quitar muchas cosas, pero nunca te podrán quitar la educación». La única razón por la que mi familia pudo crecer en la clase media de los Estados Unidos es que, cuando mis padres huyeron de la Unión Soviética temiendo ser perseguidos por ser judíos, pudieron ganarse la vida como los ingenieros preparados que eran. La lección de mi abuelo no es una historia apócrifa de hace cientos de años: es su propia historia y la de mis padres. No juzgo si ese temor a ser perseguidos y tener que huir es algo racional. Pero sí creo que todo judío, en lo más profundo de su ser, piensa así. No conozco una convicción que esté más profundamente arraigada que esta en cada judío.
Ahora volvamos al 7 de octubre. Después de que más de mil judíos fueran asesinados brutalmente y antes de que Israel disparara su primera bala, hubo celebraciones en las calles y protestas pidiendo la eliminación de los judíos. Y no sólo en las calles de Teherán y Damasco: también en ciudades como Londres, Chicago o Sídney. No puedo hablar por todos los judíos, pero tuve la sensación de que el sentimiento colectivo fue el de pensar: «Oh, no. ¿Ha llegado el momento de nuestra generación? Al igual que nuestros abuelos que sobrevivieron al Holocausto y sus abuelos que sobrevivieron a los pogromos rusos y sus antepasados que sobrevivieron a la atrocidad correspondiente, ¿es este el momento de que mi generación luche por nuestra supervivencia?»
Y la situación empeora cada día con cada manifestante que canta que «Palestina será libre desde el río hasta el mar» sin preguntarse qué significa eso para los siete millones de judíos que hoy viven en Israel; con cada persona que arranca un cartel de un inocente niño judío secuestrado; con cada esvástica pintada en el escaparate de una tienda judía; con cada universitario progre que muestra una pancarta con estrellas de David en cubos de basura. Todo ello refuerza nuestra creencia fundamental: que otros vienen a matarnos y a quitarnos todo, como lo hicieron durante milenios. No se trata de un miedo imaginario: Hamás pide abiertamente la destrucción de Israel y la eliminación del pueblo judío. El líder de Irán dice que Israel es un «tumor maligno» que debe ser extirpado. Y la lista sigue y sigue.
Por eso me resulta imposible hablar con no judíos sobre la situación actual. La mayoría de los argumentos que oigo entre los no judíos ignoran una cuestión clave: lo que a los judíos nos importa en este momento es la supervivencia. Supervivencia para nosotros, nuestras familias y nuestras comunidades. No me importan las resoluciones de la ONU ni las declaraciones de Amnistía Internacional. Mi temor es que los judíos vamos a ser exterminados. Sus resoluciones o declaraciones no le importan a alguien cuya preocupación inmediata es sobrevivir.
Tampoco me importa la tierra física de Israel. No soy una persona religiosa. No me importan lo más mínimo el Muro de las Lamentaciones o Jerusalén, los Altos del Golán o el territorio de los asentamientos en Cisjordania. Antes de que yo naciera se decidió que el Estado judío se ubicaría en esta parte tan hostil del mundo. Podría haberse ubicado en Uganda (como de hecho se valoró) o en una pequeña región del Caribe. Se podría haber ofrecido una isla o quizás una parte de Alemania. Quizás eso hubiera sido más seguro. A mí no me preguntaron, pero aquí estamos. Lo que sí me importa es que este pequeño pedazo de tierra que nos fue dado como lugar para estar seguros sea, efectivamente, un lugar donde podamos estar seguros.
El otro día participé en un diálogo abierto sobre la situación actual. Una persona hizo una pregunta muy razonable: «¿Cómo puedo criticar al gobierno de Israel sin que me consideren un antisemita?» La respuesta a la pregunta requiere que los no judíos comprendan y hablen con los judíos en el único idioma que podemos procesar en este momento: un camino hacia nuestra seguridad. ¿Por qué Israel tendría que aceptar un alto el fuego o permitir la entrada de suministros a Gaza si eso no hará del país un lugar más seguro?
Un argumento que he escuchado últimamente del lado pro árabe decía que «después del 11-S, Estados Unidos llevó a cabo una serie de acciones que parecían correctas en ese momento pero que hicieron que Estados Unidos fuera un lugar menos seguro a largo plazo», y que Israel «debería aprender de los errores de Estados Unidos». Es un argumento que sí me hace pensar, porque se basa en lo único que los judíos podemos procesar en este momento: una conversación sobre cómo aumentar nuestra seguridad. Dicho esto, como estadounidense, estoy feliz de que Al Qaeda y el ISIS hayan sido eliminados.
A mis amigos no judíos que no saben cómo hablar conmigo o con mis compañeros judíos, este es mi consejo: habladme sobre seguridad. Las conversaciones sobre derechos o agravios históricos o sobre autodeterminación son un lujo que no se pueden permitir personas que sienten que se enfrentan a su exterminio. Han pasado 34 días desde que la pedí y todavía no he colgado mi mezuzá.
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