En el sesquicentenario de Baroja

lunes, 12 de diciembre de 2022

Estatua de Pío Baroja en la cuesta de Claudio Moyano de Madrid / Manuel M. V. (flickr)



El próximo día de los Inocentes, 28 de diciembre, se conmemorarán los 150 años del nacimiento de Pío Baroja en San Sebastián, esa ciudad cuya paletez ha quedado en escandalosa evidencia cuando su ayuntamiento ha rechazado este año una propuesta para concederle la Medalla de Oro de la ciudad a título póstumo a él, que es uno de sus más gloriosos hijos, si no el que más.

Baroja, afortunadamente, es de los pocos escritores españoles del pasado que goza de una relativa buena salud porque, mal que bien y aunque sólo sea porque todavía hay profesores de Literatura en los Institutos y colegios que aconsejan y, a veces, obligan a sus alumnos a leer algunas de sus novelas, son muchos los jóvenes que siguen leyendo «El árbol de la ciencia», «Las inquietudes de Shanti Andía» o «Zalacaín el aventurero». Y bastantes los que, espoleados por ese primer contacto con el escritor donostiarra, se embarcan en otras novelas suyas como las de la trilogía de «La lucha por la vida», o las de Paradox o «César o nada» o algunas de las decenas que tiene escritas.

Celebrar estos 150 años de su nacimiento es una buena excusa para leerlo, releerlo y hablar de él, de su vida, de sus ideas, de las literarias y de las otras, porque Baroja, en sus obras, nos ha dejado multitud de opiniones, juicios, descripciones y análisis sobre infinidad de asuntos que tienen que ver con la historia, la política, la filosofía y hasta la religión, que siempre son originales, sugerentes y que, sobre todo, nunca nos dejan indiferentes.

Aunque creo que no se ha festejado todo lo que se debía este sesquicentenario de Baroja, algo se ha hecho y algo se ha hablado acerca de él y de su ingente e importante obra.

Aquí quiero ocuparme, siquiera mínimamente, de sus «Memorias de un hombre de acción», las 22 novelas que, desde 1912 a 1934 escribió acerca de un lejano antepasado, D. Eugenio de Aviraneta (1792-1872), primo de su abuela materna, Gertrudis Goñi Alzate. Baroja, desde pequeño, había escuchado en su casa hablar de ese señor que, a lo largo de su vida, no había parado de conspirar, de enredar en asuntos políticos de calado y de intervenir en episodios de la Historia de España de su época. Aviraneta, que siempre fue un liberal, cuando era muy joven ya participó en la Guerra de la Independencia en la partida del muy reaccionario cura Merino, aunque también conoció al Empecinado, otro liberal como él. Después vivió con entusiasmo el Trienio Liberal (1820-1823). Intentaría oponerse a los Cien Mil Hijos de San Luis, sin éxito porque lo metieron en la cárcel, de la que se escapó. Se exilió durante la Ominosa Década, pasando por Marruecos, Egipto y hasta estuvo en Grecia cerca de Lord Byron, y después en México. A la muerte de Fernando VII vuelve y lleva a cabo labores de espionaje y conspiración para intentar terminar con la terrible I Guerra Carlista (1833-1839). Después, aunque se vio involucrado en algunos episodios de la Vicalvarada (1854), ya llevó una vida más tranquila.

A este personaje Baroja dedicó esas 22 novelas, para cuya escritura hizo un enorme esfuerzo de documentación, porque no se contentó con los papeles de Don Eugenio que había en el domicilio familiar, sino que hurgó en librerías de viejo (era su pasión) y en muchos archivos.

La gran pregunta que surge cuando uno se encuentra con esta ingente obra es la de saber por qué Baroja, que en 1912 ha triunfado ya rotundamente como el gran novelista de la Generación del 98, sin dejar su obra novelística que podemos llamar normal, se embarca en la laboriosa empresa de escribir estos 22 libros, que tienen como protagonista a un señor cuyo papel en la historia es claramente secundario.

Aunque la respuesta puede no estar demasiado clara, aquí me atrevo a aventurar algunas explicaciones.

La primera novela de la serie, «El aprendiz de conspirador», está firmada en 1912 y publicada al año siguiente. Curiosamente, o no tanto, Galdós había publicado el último de sus Episodios Nacionales, «Cánovas» también en 1912. Y me resulta imposible no pensar que a Baroja, que estilísticamente no tenía nada que ver con el gran novelista canario, no le moviera el propósito de escribir novelas históricas de manera muy diferente a éste.

También se puede pensar que Baroja, que se pasó la vida escribiendo en sus casas –especialmente en ese santuario barojiano que es Itzea–, se embarcó en esta desmesurada empresa porque, siendo él un hombre sedentario, de lecturas y escrituras torrenciales, siempre había añorado la vida de los aventureros; y Aviraneta era su perfecto contraejemplo.

Sin embargo me atrevo a afirmar que el móvil último de esta extensa obra fue la de dejar testimonio de la tragedia histórica del pueblo español desde que estalla la Francesada hasta que termina aquella primera gran guerra civil, que fue la Carlista.

Con la excusa de seguirle la pista a su lejano antepasado, Baroja fue descubriendo hasta qué punto los demonios familiares de los españoles estuvieron desatados durante aquellas décadas, en las que reinó la violencia de una manera salvaje. Y quiso dejarnos el testimonio de todo lo que iba conociendo. En definitiva y aunque suene un poco provocador, creo que lo que, al final, le movió a escribir esta obra ingente es su patriotismo, un asunto que no se suele señalar cuando se analiza y comenta el conjunto de su producción literaria y ensayística: el amor a España, a sus paisajes y a sus gentes. Además, son tantísimos los personajes que se asoman a las páginas de estas novelas que se puede hablar de un personaje colectivo: los españoles.         

Si me apuran, diría que el Aviraneta viejo, de vuelta de casi todo, se parece mucho al Baroja maduro, que, desde su escepticismo, se esforzó, sin embargo, en escribir estas «Memorias» para que los españoles supiéramos las barbaridades que habían hecho nuestros antepasados. Y como el profundo moralista que Don Pío era, se abstuvo de hacer explícita la moraleja que cualquier lector saca de su lectura, la de un rotundo «nunca más».

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