sábado, 5 de julio de 2025
Adolfo Suárez en Galicia en 1979. Pilar Alegría en 2025 | Pool Moncloa. José Manuel Martínez Álvarez
Tal día como hoy de hace 49 años, el 5 de julio de 1976, tomaba posesión como Presidente del Gobierno de España Adolfo Suárez; nadie puede dudar de que aquel nombramiento, un tanto inusitado, fue determinante para después encontrar solución al objetivo que muchos españoles, desde el recién proclamado Rey Juan Carlos hasta cualquier ciudadano normal, teníamos: convertir a España en una democracia como la de los países de nuestro entorno y de nuestras mismas raíces de cultura occidental.
Ese mismo día, sin haberlo preparado para que coincidiera, me casaba yo en el Colegio Mayor Loyola de la Ciudad Universitaria de Madrid. Cuatro o cinco días después la pareja de recién casados estábamos en Burgos y, con la euforia del principio de la luna de miel, nos fuimos a cenar a un restaurante bastante bueno frente a la catedral. Cuando estábamos ya sentados, a la mesa de al lado llegaron tres parejas como de cincuentones; ellas iban convencionalmente bien vestidas y peinadas, eran sin duda, unas señoras comme il faut; y ellos tenían toda la pinta de ser lo que entonces se llamaban fuerzas vivas de aquella capital de provincia, podían ser, por ejemplo, el Presidente de la Audiencia Provincial, el Director del Hospital General Yagüe o el titular de alguna farmacia importante de la ciudad.
A Alicia y a mí nos hizo gracia estar al lado de esas «personalidades» y desde el primer momento pusimos las antenas para escuchar algo de lo que hablaban; y hablaban mucho del nuevo Presidente del Gobierno y de qué es lo que ahora iba a pasar en España. Tuvimos la suerte de oír, sin interrupciones, las palabras de uno de ellos, que, con un tono que nos hizo gracia y que casi medio siglo después no hemos olvidado, pontificó diciendo. «Pero ¿qué se puede esperar de un tipo, que a lo más que ha llegado en la vida es a aprobar unas oposiciones facilísimas para ingresar a los treinta años en el Cuerpo Técnico del Instituto Social de la Marina?, pero ¡qué es eso!, ¡cómo se le ocurre al Rey nombrar a este Presidente del Gobierno!». Con esas palabras estaba descalificando de manera radical a Suárez, que, efectivamente, unos años antes había aprobado esas oposiciones.
Juro que fue así lo que escuchamos y, si lo quiero recordar ahora, es para señalar lo que el establishment del franquismo -porque aquellos tres matrimonios eran inequívocamente parte de ese establishment– pensaba acerca de cómo debían ser los altos cargos del Estado. Y es que el régimen de Franco, que duró hasta su muerte sin que los pocos que ejercimos de antifranquistas le moviéramos ni una pata de su silla, tuvo una de las claves para durar tanto, y con tan poca oposición, en el cultivo que, desde el primer momento, hizo del mérito y la capacidad. Un aspecto sobre el que pocos historiadores llaman la atención y que, sin embargo, creo que fue fundamental para su supervivencia y para los indudables éxitos, que, aunque a nosotros nos fastidiaran, logró. Franco utilizó como cantera para sus altos cargos, de manera casi exclusiva, las Escuelas Técnicas Superiores de Ingenieros -en una época en la que para ingresar en ellas había que dedicar una media de cuatro años de intenso estudio, tras el bachillerato- y, sobre todo, los altos cuerpos de la Administración del Estado (Letrados del Consejo de Estado, Abogados del Estado, Diplomáticos, Letrados de Cortes, Notarios, Registradores, Magistrados, Fiscales o Catedráticos de Universidad). Además, para mantener el nivel de esos altos cuerpos durante el régimen de Franco las oposiciones de ingreso a esos cuerpos se mantuvieron a un altísimo nivel y alejadas de enchufes y trampas, de manera que sirvieron también como ascensor social de chicos provenientes de familias muy humildes.
Franco, por otro lado, no hizo más que seguir la línea que habían marcado los políticos de la Restauración con el brillante Ingeniero de Caminos Sagasta y el no menos brillante intelectual Cánovas; o el propio dictador Primo de Rivera, que también apoyó su gestión en tipos muy brillantes, basta recordar al ingeniero Guadalhorce o al Abogado del Estado Calvo-Sotelo.
Así que no es de extrañar que aquellos burgueses burgaleses estuvieran escandalizados con un Primer Ministro, que, efectivamente, por méritos propios sólo había llegado a un puesto de muy segunda división en la Administración española.
Lo que no sabían ellos, franquistas inequívocos, ni nosotros, antifranquistas de los de verdad no de los de ahora, es lo que nos esperaba en cuanto a la calidad de la formación de los altos cargos que nos íbamos a encontrar en la democracia. Sobre todo, hay que decirlo, cuando ha gobernado la izquierda; ahí están los tres presidentes del Gobierno socialistas que hemos tenido: al menos Felipe González llegó a trabajar como abogado laboralista, pero los otros dos, Zapatero y Sánchez sólo han sido fieles apparatchiks del partido, sin preparación y práctica profesional alguna. Los de la derecha, por el contrario, sí tenían una preparación acreditada e, incluso, más reconocida que la de Suárez: Leopoldo Calvo-Sotelo era un número uno de Ingeniero de Caminos, Aznar era Inspector de Hacienda y Rajoy, Registrador de la Propiedad.
Lo que ni los más aguerridos anti-sistema podían pensar hace 49 años es que llegaríamos a tener una Ministra de Educación sin siquiera un título universitario, y es sólo un ejemplo. Por no hablar del nivel académico y profesional de los actuales Diputados en el Congreso.
Que la democracia es la mejor forma conocida para formar y controlar a los gobiernos no cabe la menor duda, pero debería ser responsabilidad de todos los políticos conseguir que la democracia pudiera conjugarse con la aristocracia, es decir, con el gobierno de los mejores. Claro que para eso es imprescindible contar con instituciones que permitan identificar a esos mejores, como tradicionalmente han sido las Universidades y los centros de enseñanza; y el problema es que, en la España de hoy, esas instituciones están en una profunda crisis. Pero eso es otro tema.
Hoy sólo nos queda añorar a tipos capaces de aprobar por lo menos la oposición de ingreso en el Cuerpo Técnico del Instituto Social de la Marina para que ocupen puestos de responsabilidad política.
ESCRITO POR:
Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Hispánica) por la Universidad Complutense, Profesor Agregado de Lengua y Literatura Españolas de Bachillerato, Profesor en el Instituto Isabel la Católica de Madrid y en la Escuela Europea de Luxemburgo y Jefe de Gabinete de la Presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ha publicado innumerables artículos en revistas y periódicos.
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