El cine como legado

jueves, 3 de noviembre de 2022

Escena de la película «Ladrón de bicicletas», de Vittorio de Sica



Hace ya tres lustros vi una película que me gustó más de lo habitual, si la comparo con lo que buena parte del cine actual hecho en España suele ofrecer. Su título es «La soledad» y en febrero de 2008 fue premiada con tres Goya: a la mejor película, a José Luis Torrijo como mejor actor revelación y a su director, Jaime Rosales.

Recuerdo con agrado el sencillo y profundo discurso de agradecimiento pronunciado por este último al recibir su premio. Tras incluir en sus reconocimientos a cuantos habían hecho la película con él, Rosales expresó su deseo de decir «algo inteligente» en aquel momento singular en que era reconocido por sus propios colegas como mejor cineasta español del año. Por eso aprovechó la ocasión para comentar con discreción algo digno de ser recordado: hizo un llamamiento a los padres de su generación como principales educadores de la mirada de sus propios hijos. Una tarea para la que el cine es medio privilegiado y, en ocasiones, hasta decisivo, cuando la semilla vocacional llega a latir en su transmisión. Aunque no es el único medio ni el preponderante: la mirada, de hecho, también es conformada por improntas, experiencias, ritmos y palabras, sensaciones y pensamientos, todos ellos tan vinculados a esas otras tempranas miradas aledañas, de nuestros padres y familiares.

Fue asimismo inevitable darme por aludido escuchando a Jaime Rosales, porque esa generación suya es también la de mi mujer y mía, que en aquellos tiempos bregábamos en la crianza de nuestros -por entonces- pequeños. Me sentí identificado por completo con las palabras, anhelos y dedicatoria que el cineasta hizo de su premio a esos niños, cinéfilos potenciales entonces y hoy ya en ejercicio algunos de ellos.

El realizador también hizo hincapié en recordar algo muy básico, pero de cuya importancia no solemos ser conscientes: el privilegio de pasar con los hijos la mayor cantidad posible de nuestro tiempo, algo que no podemos escatimarles, por compleja y vertiginosa que sea la vida.

También nos animó a dedicar parte de ese tiempo en común a ir con ellos al cine. En su momento justo: ni demasiado pronto, ni demasiado tarde; ni para ver una película de Walt Disney, como si de un rito obligatorio de ingreso en la «normalidad» infantil se tratara, sino disfrutando de un filme «interesante, emocionante».

Rosales ilustró el caso citando con tino un solo título: «Ladrón de bicicletas», dirigida por Vittorio de Sica en 1948. Un justo ejemplo de relación paterno-filial y educación de la mirada, además de una de las cimas del neorrealismo italiano e inicio de la denominada «modernidad cinematográfica», junto a otros filmes de Rossellini, Visconti, Fellini o el propio De Sica. Una corriente fílmica de cuya filosofía se nutre Rosales, arraigado en una suerte de didáctica modelación artística del mirar, más o menos afín a la de cineastas imprescindibles como -por citar más españoles- Víctor Erice y José Luis Guerin. De ahí la coherencia discursiva de Rosales.

Su enjundiosa alocución mueve a pensar que un realizador que procura hacer de lo esencial el norte de su creatividad, está más capacitado para trascender mediante el arte. Mucho más que tantos otros que se invisten con las baratijas del divismo o la ideología, pavoneándose en el púlpito fílmico y mediático con las bagatelas de la frivolidad o de la gracieta hueca. Porque reivindicar el cine como un legado es lo que Jaime Rosales hizo con su discurso.

Entiendo tal declaración de intenciones, en definitiva, como una invitación a asumir la experiencia del cine como medio de conocimiento, a adquirir consciencia de su dimensión existencial y cultural, de su inmenso potencial formativo y alcance educacional… Sin duda, todos ganaríamos si ello formara parte de la herencia vivencial que entreguemos a nuestros hijos.

ESCRITO POR:

Enamorado de las buenas historias, sean la del cine o las narradas en las películas que ve y los libros que lee. Sobre ellas piensa, habla y procura escribir en La Occidental y otras publicaciones. Es autor «John Ford en Innisfree: la homérica historia de 'El hombre tranquilo' (1933-1952)» y coautor de los libros Cine Pensado, entre otros.