Educación

jueves, 8 de diciembre de 2022

Edificio de la Real Academia en Madrid / Pablo Sánchez Martín (flickr)



Si existe un concepto en la lengua de Cervantes que, en un alarde de adaptación al mundo moderno y a la agenda 2030, ha mutado su significado primigenio es el de educación. A la RAE, que no puede disimular que es más vieja que el Canalillo, no se le ocurre otra cosa que definirla con cuatro puntos arcaicos y machistas, en los que no se digna mencionar a las niñas, les niñes y las jóvenas. Son estos: 1. f. Acción y efecto de educar; 2. f. Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes; 3. f. Instrucción por medio de la acción docente; 4. f. Cortesía, urbanidad.

Empezamos mal porque el punto 1 es una tautología como la copa de un pino. ¡Pues claro que educación es el efecto de educar! No va ser el de remar en el Retiro. El problema está en saber qué es precisamente eso de educar, como parece desprenderse del punto 2. Y lo que nos dice la Docta Casa es algo tan increíble como: «Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven, por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.» O sea, ¿que en vez de enseñar a los niños de tres años a alegrarse el pirindolillo, como hace la Generalidad, y a jugar a los médicos con mayores, como anima Irene Montero, hay que desarrollarles las facultades intelectuales y morales? Pero vamos a ver, ¿para qué? ¿Para volver otra vez al franquismo donde efectivamente se les inculcaban esas aberraciones? No hay que ser un lince para ver en los académicos el arcaico peluquín de VOX.

Pero afortunadamente el Gobierno nos ha librado de las ataduras de lo que antiguamente llamaban educación y lo ha sustituido por libertad que es el primer apellido de la democracia. A todos los niveles, pero empezando por los abuelos que todavía identifican educación con cortesía y urbanidad, como dice el punto 4 de la definición de la RAE. Que les pregunten en qué notan que sus genes han pasado a sus nietos, especialmente a la hora de comer. Porque se supone que ellos transmitieron al papá o a la mamá de esos pequeños mamíferos sentados (es un decir) a la mesa su concepto de educación, con la conocida matraca de que el tenedor no es un arma defensiva, sino el sustituto de los dedos para comer los espaguetis, etcétera.  

La pregunta es dónde se produjo el hiato; la falla de San Andrés que no hace tanto separó la California de la cortesía y urbanidad del continente de los horteras modernos. Me es imposible responder a esa cuestión que plantea una realidad que va mucho más allá de las formas a la hora de comer y que afecta a todo el comportamiento humano actual. Sería interesante que en una de esas salidas a la calle que hacen las televisiones para que la gente disfrute repitiendo tópicos y vulgaridades, se preguntase a cualquier transeúnte cuándo fue la última vez que pidió o le pidieron algo por favor. Si dio en alguna ocasión las gracias al coche que se detuvo para dejarle cruzar en el paso de cebra; o si recuerda su última corbata en una comida de empresa. No es que sean requerimientos constitucionales; pero son algunos de los que antiguamente marcaban la frontera entre la educación y la ordinariez.

Hoy día al pueblo llano le basta con asomarse a alguna sesión del Congreso de los Diputados, sede de la soberanía del pueblo español y templo de las leyes que rigen su vida, para percatarse de que la ideología condiciona la vestimenta. De tal manera que a más derecha mejor vestidos, y a más izquierda mayor zafiedad. Lo que tiene su lógica porque no vas a pedirle a Unidas Podemos, que presentó a una asesina como candidata a la alcaldía de Ávila, y a un atracador de bancos como portavoz en la Asamblea de Madrid, exquisitez en la vestimenta.

Conclusión: la educación, según la RAE y nuestros abuelos, sigue siendo de ultraderecha y fascista. Así que ¡viva la libertad peluda y en camiseta con la hoz y el martillo, como van las señorías comunistas, para garantizar nuestra democracia!


Artículo distribuido de manera privada el 7 de diciembre de 2022.

ESCRITO POR:

Ignacio Despujol es Licenciado en Filosofía y Letras, y especialista en comunicación empresarial y marketing. Ha sido profesor en las Universidades Pontificia de Comillas-ICADE, Complutense, Autónoma de Madrid y CEU San Pablo, co-autor de «Comprender el Arte» (Biblioteca UNED) y autor de «La otra cara de la publicidad» (en preparación).