Ecología descerebrada

jueves, 10 de noviembre de 2022

Cuadro de Goya en el Museo del Prado / Ángel de los Ríos - Flickr



Que el mundo evoluciona y el clima cambia es una verdad de Perogrullo desde hace tropecientos mil millones de años. Lo que pasa es que no lo hace siempre igual, y unas veces lo manifiesta en glaciaciones que duran miles de años, otras seca mares y los convierte en desiertos, como hizo con el Sahara, y otras trastoca un poco las estaciones del año, como está sucediendo aquí y ahora. ¿Y qué?

Los científicos más modernos y con los medios técnicos más poderosos de los que se dispone a día de hoy reconocen que el planeta está en un proceso de calentamiento. Pero discrepan de si los avances del hombre tienen algún efecto causal en ese fenómeno, a nivel cósmico. Porque puestos a hilar fino resulta que los desahogos de las vacas de la India lanzan más metano al aire que todos los coches de España en el mismo período de tiempo. Que las fábricas de China (30%) y Estados Unidos (17%) juntas emitieron en 2019 15.500 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera; más que todo el resto del planeta junto. Que los indios canadienses y norteamericanos acostumbraban hace siglos, antes de la aparición Trump en carne mortal, a quemar las praderas para renovar la vegetación… y de paso cazar más cómodamente. Resulta que la Biblia nos habla de un diluvio universal, que debió ser de tal calibre que apartó a Noé de la bebida y lo puso a trabajar como un loco en el primer servicio de rescate marítimo de que se tiene noticia. En resumen, que mucho antes de que aparecieran Greta Thunberg y el Papa Francisco, la madre tierra se había recalentado más veces que Antonio Sánchez en el Congreso a preguntas de VOX.

Pues bien ahora han aparecido por arte de magia los auténticos salvadores del planeta, atacando el núcleo de lo que lo lleva al desastre ecológico y a la desaparición del cosmos, que son las obras de arte universal. Una delincuencial memez que consiste en arrojar líquidos a cuadros expuestos en los museos. Estupidez que empezó en los Países Bajos, continuó en Francia con una nueva variante que era la de pegarse a los cuadros y ha aterrizado, como no podía ser de otra manera, en España, donde dos oligofrénicas han pegado sus manos en los marcos de las majas de Goya, después de pintarrajear la pared intermedia, con lo que habrán rebajado notablemente el metano de las vacas de la India.

Faltó tiempo para que los servicios de seguridad del museo del Prado cerraran la sala, corrieran a despegarlas y arreglaran el desaguisado; pero el objetivo de las Gretas españolas, que consistía en armar la marimorena en los medios de comunicación y en la opinión pública, ya estaba conseguido. Supongo que serán multadas y enviadas a su casa para que puedan preparar la siguiente hazaña ecológica; y me imagino que los responsables de la seguridad del arte se sentirán impotentes por no poder hacer nada para evitar semejantes delitos. ¡Pues se puede!

¿Que dos cretinos se pegan al marco de una obra maestra en un museo? Pues estupendo: es el momento de aplicar el sistema que propongo. No se les mira a la cara, ni se les dirige la palabra. Se desaloja a la gente que haya por allí; se apagan las luces de la sala en cuestión; se cierra con llave la puerta y se los deja encerrados, solos, pegados, a oscuras… y lo que es peor: sin poder cambiarse de sexo durante 24 horas. Por supuesto, sin agua, sin comida y sin baño. Cuando al día siguiente se va a despegarlos y detenerlos durante las 72 horas que permite la ley, se les comunica que irán ante un juez y se les reclamará hasta el último céntimo del más mínimo desperfecto o perjuicio que hayan causado al museo y al patrimonio nacional. Así de sencillo. Se podría probar… y a ver si les sigue apeteciendo salvar al planeta.

ESCRITO POR:

Ignacio Despujol es Licenciado en Filosofía y Letras, y especialista en comunicación empresarial y marketing. Ha sido profesor en las Universidades Pontificia de Comillas-ICADE, Complutense, Autónoma de Madrid y CEU San Pablo, co-autor de «Comprender el Arte» (Biblioteca UNED) y autor de «La otra cara de la publicidad» (en preparación).