Carta a Fabio y billete a Celio

sábado, 2 de agosto de 2025



     «¿Tú, que no sabes, 
me das lecciones? 
Déjalo, Fabio,
no te incomodes». 
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     «Sarcasmos o alabanzas solo 
                            [escribes, 
Fabio, en tono ramplón; nada más 
                                 [sabes. 
No me es grato, en verdad, que me
                         [invectives,
pero más me disgusta que me 
                              [alabes».
                    _____

     «Apenas, Fabio, lo que dices creo, 
y, leyendo tu carta cada día, 
más me confunde cuanto más la 
                                    [leo». 
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     «Fabio, ¿de ajenos defectos
(teniendo dientes postizos) 
os reís y tiráis piedras
con las encías de vidro?». 
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     «No llames, Fabio, tonto
al que, cual tú, no corre tras la gloria;
por correr más, no llegarás más 
                                [pronto:
pregúntaselo al bobo de la historia». 
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     «Quiero, Fabio, seguir a quien me 
                                   [llama
y callado pasar entre la gente, 
que no afecto los nombres ni la 
                                [fama». 
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     «Pero, pues quieres de mi amigo
                                [labio
escuchar la expresión de lo que 
                                 [siento, 
oye y no sueñes que te ofendo, 
                                [Fabio». 
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     «Fabio, pensar que el Padre 
                           [soberano
en esas rayas de la palma diestra 
(que son arrugas de la piel) te 
                              [muestra
los accidentes del discurso humano
     es beber con el vulgo el error vano
de la ignorancia, su común maestra;
bien te confieso que la suerte 
                              [nuestra, 
mala o buena, la puso en nuestra 
                               [mano». 
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     «De cosas a este género pudiera 
tantas contar que aun Fabio se 
                              [cansara
si a referirlas todas se pusiera». 
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     «Fabio, aconsejarte quiero
que des ahora en cobarde, 
y tu cuidado te guarde
de un engaño lisonjero». 
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     «A quien la buena dicha no 
                            [enfurece
ninguna desventura le quebranta. 
Camina, Fabio, por la senda santa, 
que no en despeñaderos
                     [permanece». 
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     «Sé dócil, Fabio, atiende a mis 
                             [razones, 
y no corras derecho al precipicio, 
sin ver el grave riesgo a que te 
                          [expones». 
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     «Créeme, querido Fabio;
deja esa vanidad, esa codicia;
limpia tu pecho del menor resabio». 
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     «Murmura el vulgo severo, 
a quien nada se le escapa, 
que a todos quitas la capa, 
pero a ninguno el sombrero. 
Mas, para no ser grosero, 
oblíguete tu interés,
y haz cuenta, Fabio, que es, 
con riqueza tan extraña,
tu cabeza Nueva España:
descúbrela y sé cortés».
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     «Cuál es el más verdadero 
amigo, Fabio, preguntas, 
y una a tantas cosas juntas
sola responderte quiero. 
     Mira, cuando hayas dejado 
el gran puesto en que te veo, 
si alguno te asiste, y creo 
que entonces le habrás hallado». 
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     «¡Ay, Fabio! ¿Quién podrá 
                  [desengañarte! 
¿Quién el hombre será caritativo
que te concluya y de tu error te 
                                [aparte! 
     No quiero que en el tiempo 
                            [sucesivo, 
cuando conozcas tu locura, digas
que no fui de tus males compasivo». 
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     «El hombre fue de dos principios 
                                 [hecho, 
tales que, con jactancia verdadera, 
a sus ojos le alega cualquier fiera
y cualquier planta parentesco 
                           [estrecho. 
     Pero, cuando él reconoció en su 
                                 [pecho
la gran porción del fuego de la 
                                [esfera, 
vio, con admiración de ver lo que era, 
que a la divinidad tiene derecho. 
     Haz, pues, que, con trocado 
                         [ministerio, 
a la vaga altivez del albedrío 
el sentido inferior le tienda redes. 
     Y, cuando él pretendiere, oh Fabio
                                     [mío, 
hacerte siervo, acuérdate que puedes
mirar esas estrellas con imperio».  

     Billete a Celio:

     «No miente en riguridad
Fabio, según mi dotrina, 
que él cree cuanto imagina
y lo cuenta por verdad. 
     Y, así, bien considerado, 
Celio, este juicio es forzoso:
él no es hombre mentiroso, 
sino varón engañado». 

Por buscarlos y disponerlos,
Jorge Schoendorff Ortega

Versos seleccionados de José Iglesias de la Casa, Francisco Acuña de Figueroa (el epígrafe de tales versos incluye lo siguiente: «Imitación del italiano»), Leandro Fernández de Moratín, Jerónimo de Cáncer, Ramón de Campoamor, Andrés Fernández de Andrada, Aliatar (¿Juan Martínez Villergas?), Bartolomé Leonardo de Argensola, Manuel María de Arjona, Francisco de Borja y Aragón (príncipe de Esquilache), Francisco de Quevedo y Villegas, Francisco Martínez de la Rosa, Juan Ignacio González del Castillo, Jerónimo de Cáncer, Miguel Moreno, Leandro Fernández de Moratín, Bartolomé Leonardo de Argensola y Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, respectivamente.