84 Charing Cross Road

jueves, 2 de noviembre de 2023

Anne Bancroft en «La carta final»(1987), adaptación al cine de «84 Charing Cross Road» | Brooksfilms



Ganar corazones para la literatura (I)

No soy un bibliófilo, pero los libros ocupan un lugar muy importante en mi vida. Tal vez esa sea la razón por la que me voy a atrever a compartir con ustedes, lectores, a lo largo de varias entregas, mis comentarios sobre una serie de obras que no necesariamente han de ser consideradas canónicas (al menos, buena parte de las mismas); de manera que mi propósito no es hablarles de piezas calificadas como “indispensables” por los mandarines que manejan el tinglado cultural, sino que —pensando, sobre todo, en personas nacidas a partir de la década de los ochenta del pasado siglo— voy a detenerme en textos literarios que, en mi opinión, a la mayoría de estos cuarentones les van a resultar novedosos o poco conocidos. Obviamente, los destinatarios no son solo ellos ni mucho menos. Aspiro modestamente a que mis recomendaciones lleguen a un público más amplio que a lo mejor nunca ha oído hablar de, por ejemplo, esa pequeña joya que es La comedia humana, de William Saroyan o no conoce la existencia de Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith. Si bien es verdad que también me atreveré con alguna pieza de caza mayor, por ejemplo, El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Por cierto, todas las novelas de las que les voy a hablar han sido llevadas al cine. Así que los lectores de las obras pueden, si quieren, ver también las películas. Algunas de las cuales son verdaderas obras maestras de la historia del séptimo arte.

En esta primera entrega les propongo la lectura de una obra (no es formalmente una novela) pensada sobre todo para los amantes de los libros, tanto en su factura material como en lo que esos libros encierran, aunque no se ha de descuidar la circunstancia de que también es un hermosísimo homenaje al importante papel que juegan las librerías de lance o de viejo en nuestras vidas.  La obra se titula 84, Charing Cross Road, y su autora es la escritora norteamericana Helene Hanff (1916-1997). Estamos ante una mujer hecha a sí misma, que tuvo que abandonar sus estudios por falta de medios económicos durante la gran depresión, que es un excelente ejemplo de una larga vida entregada toda ella a la voluntad irrenunciable de escribir y al deseo irresistible de leer. De este modo nuestra autora entra en la selecta nómina de esos escritores que, pese a las dificultades que se les presentaron, nunca renunciaron a su vocación y perseveraron en lo que para ellos era una suerte de sacerdocio.

Hanff que, según ella misma dice, detestaba la ficción («jamás he conseguido interesarme por cosas que sé que jamás ocurrieron a personas que nunca han vivido») construye una obra cuyos materiales son las cartas que durante veinte años —de 1949 a 1968— cruzó con Frank Doel, empleado de la librería especializada en obras agotadas Mark & Co., situada, de ahí el título de la obra, en el 84 de Charing Cross Road en Londres. («Una tiendecita —le dice una amiga de Helene que ha podido ver la librería en persona— antigua y encantadora, que parece sacada de una novela de Dickens»). Lo curioso es que Helene Hanff se mostró siempre recelosa de que apareciera en letra impresa el epistolario tal y como estaba, pero, afortunadamente para nosotros, su editor la convenció y en 1970 se publica la obra en Nueva York y un año más tarde en Inglaterra. El éxito fue inmediato. Por fin, después de tres décadas consagradas a escribir, su quehacer literario era reconocido por el gran público. Hasta tal punto fue así que en 1975 la BBC hizo un telefilme, en 1981 la obra subió a los escenarios londinenses, al año siguiente se representó en Broadway y en 1987 David Jones dirige La carta final con Anne Bancroft en el papel de Helene Hanff y Anthony Hopkins en el de Frank Doel.

La almendra de la obra está en la contemplación de dos almas solitarias unidas por una pasión: el amor a los libros. A lo largo de las cartas son muchas las ocasiones en las que se nos muestra abiertamente esa pasión. Un fervor que no solo tiene que ver con el contenido, sino que también cabría hablar de unción por la materialidad del libro, por su hechura (encuadernación, papel, tipografía), es decir, por el inmenso valor que tanto Helene como Frank le conceden al libro en su vertiente tangible. La propia Hanff dice en una de las primeras cartas lo siguiente: «Los libros llegaron bien, y el de Stevenson es tan bello que hasta abochorna un poco a mis estanterías hechas con cajas de naranjas. Casi temo tocar esas páginas de tacto tan suave que semejan de pergamino y de un fuerte color crema».

No menos interés tiene el hecho de que la lectura de las cartas que se cruzan los dos protagonistas nos permite conocer bien a esos dos seres humanos unidos por la pasión a la que acabo de referirme. Mientras que Helene es una mujer de carácter fuerte, extravertida, culta, generosa y solitaria, con una pizca de buen humor y de mucha ironía, pero también sensible («Con la llegada de la primavera necesito un libro de poemas de amor […] Envíeme poetas que sepan hablar del amor sin gimotear»), a quien no le preocupa ni su figura ni su imagen física («Mi aspecto es casi tan elegante con el de una mendiga de Broadway»), y que vive en un pequeño apartamento atiborrado de libros del que apenas sale; Frank, por su parte, es un hombre trabajador, equilibrado, reservado, meticuloso y circunspecto, aunque también con un sentido del humor muy británico.

Helene y Frank nunca llegaron a conocerse en persona. Su relación fue siempre a través de las cartas misivas. Acaso lo más interesante de esa relación esté en el peso de las palabras no dichas, de las cosas que ninguno menciona, pero que el lector atento puede intuir. Dicho de otro modo: lo admirable de este epistolario está en la intimidad que esas dos almas solitarias alcanzan a lo largo de los veinte años de correspondencia epistolar. No importa que estuvieran separados por más de 5.500 kilómetros. Lo asombroso, lo envidiable es la cercanía espiritual que lograron construir: «Ya ves —dice Helene el 10 de marzo de 1961— cómo andan las cosas, Frankie, tú eres el único que me comprende. Besos».

En fin, como dejó dicho un periodista de Newsweek, y estoy de acuerdo con él, «84, Charing Croos Road es uno de esos libros de culto que los amigos se prestan unos a otros y que transforman a sus lectores en otros tantos miembros de una sociedad secreta». La de los miembros —me permito añadir— de una sociedad secreta formada por los amantes de la buena literatura. Espero, querido lector, que, si todavía no formas parte de ella, te nos unas pronto.

ESCRITO POR:

Francisco de Asís Florit Durán es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Murcia